miércoles, diciembre 30

Victoria...


Para Tati,
porque me ha movido el ánimo y se lo merece...
Te quiero amiga...
Cerró el cajón donde guardaba aquellos pendientes especiales, se miró al espejo y se supo viva.
El tiempo se le había instalado en el cuerpo, cada vivencia y cada sentir habían dejado una huella en forma de surco en alguna parte de su cuerpo y rostro, se miró las palmas de las manos y trató de encontrar una señal que le diera motivos para creer.
Afuera el trajín de la gente se confundía con el crujir de las horas, un año estaba a punto de terminar y Victoria aún no tenía claro lo que deseaba para si misma.
En cambio, se había pasado 365 días completos dando y completando el bienestar de todos los que conformaban su vida, esa vida concedida a todos, menos a ella.
Caminó despacio buscando sus zapatos de fiesta, aquellos con que los 12 centímetros de más le eran suficientes para sentirse capaz de rozar el cielo con la yema de los dedos, se perfumó el recuerdo y se sentó a esperar a que el reloj marcara la hora para recibir el amanecer de un nuevo año, para cerrar un tiempo que le había dejado entre sus asignaturas, las vivencias y el temblor oculto de los placeres silenciosos, también la espera interminable entre paredes blancas y una oración olvidada aún pegada en el contorno de sus labios, entre muchos sentires más que le impacientaban y sosegaban de vez en cuando el estar…
Cerró los ojos para recordar un sólo instante que le devolviera la fe y encontró escondido tras los adioses fallidos, un beso infinito, una caricia inmediata, un frenético desalojo de culpas y una ráfaga de segundos colmada de amor.
Dejó que las lágrimas se llevaran todo aquello que le estorbaba en la sonrisa y tosió mil maldiciones por los efectos de las despedidas, también un perdón.
Estiró las piernas, se alargó sobre el sillón que la abrazaba y sonrió para si misma mientras se limpiaba las lagrimas, se inventó un motivo para brindar con la copa de vino espumoso y se creyó el mañana, sin propósitos concretos, sin proyectos delineados, sin promesas fallecidas, sin urgencias ni despedidas.
Al fin y al cabo, la Esperanza la habitaba y el nuevo año la bautizaba.
Nadie más que ella sabía que lo inmediato era,
SER FELIZ...

FELIZ 2010 QUERIDOS AMIGOS, GRACIAS POR ACOMPAÑAR MIS SECRETOS A LO LARGO DE ESTE 2009.
LES QUIERO CON TODO MI CORAZÓN.
SEAN TAN FELICES COMO LO ANHELEN!
Cristina.
cieloazzul.
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domingo, agosto 30

Romualda...


Después de besarlo con la convicción más tierna, después de amarle con la pasión más renovada,
después de dibujarle un te quiero en la frente, después de tanto y tanto darse, Romualda se convenció que ese hombre no podía ser más que el mismo ángel con ojos de mentira y álma de villano.
Entonces, durante todo el trayecto de regreso a sus años, lloró con la sensación más lugubre y amarga, dibujó en el cielo un sinfin de reproches al mismo tiempo que un día le prestó un lienzo para jugar a creer en el amor.
Caminó despacio por un muelle que no le pertenecía, miró las olas de un mar que también lloraba sus desamores, contempló a la gente que iba y venía con sus corazones machacados y se volvió de aire. Se dejó llevar por el viento que le sacudía la despedida y en un breve soplo de aire salino se secó completa....
Hoy Romualda le llora al amor muerto...
ella misma lo ha matado.
cieloazzul.
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domingo, agosto 2

Lucrecia...

Para Tí amiga mía, T...
de letras y vida,
de cariños y batallas,
de siempre!
con toda mi admiración.
Cuando Lucrecia pudo descansar los ojos llenos de sueño sobre la almohada se sintió desvalida y abandonada.
Amar con los años encima no era precisamente lo más coloquial al cumplir los cincuenticinco, menos amar a un hombre que sin mucha perspicacia podría parecer cualquiera de sus hijos o en tal de las suertes, el nieto primero.
Por toda su vida de mujer común, se imaginó tener que sufrir por todo, menos por un amor que le rechinaba en sus dolencias y a la misma vez, le resucitaba lo más muerto de su cuerpo impávido.
Lo había conocido una tarde de quehaceres de dama abnegada, de esas tardes que sin mucho reclamo se le gana al tiempo entre los anaqueles de los cereales, los pasillos de los utensilios de cocina, entre los enfriadores de verduras y el mostrador de la carne.
De esas tardes en que por alguna razón biológica, los cabellos se rebelan a estar en su sitio, y una arruga nueva ha decidido hacerla de protagónico, de esas tardes que en los pies duelen los años y en el corazón el ayer.
Lucrecia había olvidado el arte de mirar de lado, el preciso instante de morderse un labio y sobre todo, el perfecto vaivén de las caderas que parecen decir entre su ulular, “ven, ven ven…”
A él la vida se le estrenaba imperiosa, debajo de sus jeans despintados y su camisa con rayones grises se adivinaba un cuerpo desierto, lleno de caricias ocasionales, uno que otro gemido de héroe y dos que tres rasguños sin importancia.
Que importa lo que a ambos les separaban los años y la experiencia vivida, dentro de un instante cualquiera, al universo se le ocurre una broma y el que la pille, la toma.
Para Lucrecia regresar al instante de aquella tarde, le servía para querer callar las tantas preguntas que se le amontonaban debajo de su camisón de mujer, ¿cuanto vale un segundo en la vida que sigue después de creerse viva?
Después de haberse tropezado en el pasillo de los lácteos, Lucrecia sintió una serpiente resbalarle por la espalda, cascabeleándole en la nuca haciéndola temblar al grado de soltar el queso bajo en grasas que sostenía en las manos, para verle rodar hasta los pies de plomo que le movieron el mundo y le cambiaron la vida.
Y él, con la agilidad de un lince, levantó y puso en sus manos con la más gorda de las sonrisas.
- Mil perdones, muchas gracias- Dijo ella con la voz de los años revueltos.
Y él con la voz de un guerrero en plena victoria, respondió con un cumplido.
- Para servirle My Darling, un placer-
Lucrecia no pudo más que soltar una media sonrisa de agrado y una mirada encendida del puro gusto de saber que aún quedaban hombres, no mayores, con exquisitas maneras.
Lo que sucedió después, no habría tenido importancia, de no ser porque al estar cubriendo la cuenta del supermercado, a Lucrecia en otro capricho del destino, se le cayó al suelo el monedero y una lluvia de monedas saltó por todo lo ancho y largo del pasillo, todas de un solo golpe rodaron en sentidos contrarios haciendo girar la vista de los presentes hasta cubrirla entera de miradas compasivas y una nube roja que la cubrió de los pies a la cabeza de vergüenza.
Nuevamente él, con la rapidez de un mago, se apresuró a juntar las monedas y ponerlas sobre la mano de Lucrecia que sonreía agradecida, como quien vuelve a encontrarse con un amigo de toda la vida.
-My Darling, otra vez un placer- Dijo él antes de que ella pudiera agradecer la gentileza, y ella en un arranque de maternidad genética, le estrecho en un abrazo y un beso con sabor a ternura, al tiempo que le susurraba muy cerca,
-Gracias, nuevamente gracias, no se que me pasa hoy que todo se me cae de las manos, la edad me está volviendo torpe-
-Yo diría que la edad la está volviendo más bella, supongo, lo digo porque lo que se ve, no se juzga- Dijo el respondiendo con un mohín que parecía sonrisa.
- Nuevamente gracias Joven, ha sido muy gentil- Dijo Lucrecia queriendo regresar el tiempo para recordar la más elemental de las seducciones.
-Mauricio Romero, a sus pies- Dijo aquel muchachito de cabello espeso y cuerpo de desierto.
-Lucrecia Belenguer, un placer- Y diciendo aquello, se volvió para arrastrar el carrito de sus prisas y caminar directo a su destino.
Pasó una semana en que Lucrecia no volvió al supermercado, una semana en la que entre quehacer y descanso, aparecía el rostro de aquel muchacho de ojos profundos y voz de guerrero para recorrerle por la espalda la misma serpiente cascabeleando hasta hacerla trastabillar.
El siguiente Lunes de obligados cumplidos, Lucrecia pasó sin hora fija a comprar lo necesario para la semana siguiente, y fue alzar los ojos en los lácteos que volvió a encontrarse con aquellos ojos profundos saltando de una marca de yogurt a otra como canturreándole a la suerte.
Por otra curiosa razón, Lucrecia parecía haber hecho un convenio con las trampas biológicas, y ese día, ni el cansancio en los pies ni el cabello rebelde se habían acordado de mostrarse, así que con la soltura de los ayeres lejanísimos se acercó y saludó con apenas un hilo de voz.
-Que suerte volverte a ver- Dijo con una timidez tan alegre, que seducía
-My Darling! -Soltó él con la frescura de un prado – suerte la mía que pensé que jamás volvería a verla-
-Oh! Que amable, tanto halago a mi edad, trastorna- Dijo ella con el pecho erguido y las curvas de su silueta ululando.
- Bendita edad la suya My Darling, que hace a las mujeres Diosas para amarlas y mujeres para bendecirlas- espetó no sólo con la voz, sino con ambas manos como dibujando letras.
- Oh Por Dios!, que exquisita juventud la tuya que te mantiene la mente fresca y la inspiración latiendo- Dijo Lucrecia queriendo patear los protocolos para soltarle una carcajada de vanidad austera.
- Y usted, vive por aquí cerca? O es que el destino me quiere poner un ángel con ojos de hada para que los lunes se me hagan más simpáticos y el yogurt sin fruta me sepa más dulce.- dijo él con la más efectiva de las sonrisas.
- Que va!, vivo al oeste, pero es aquí donde encuentro el queso sin grasa y la carne más fresca para cubrir los gustos y exigencia de los de casa. -Dijo ella sin apenas querer contar que tenía tres hijos casi de su misma edad y un marido que apenas le miraba de vez en cuando.
- Pues yo vivo justo al cruzar la calle, ahí, donde se ve la puerta abierta y mi fiel perro me espera sin perderme de vista- Dijo él, señalando en dirección exacta.
- Ya veo!, eso significa que es probable que cada lunes que venga a comprar lo propio tenga la suerte de encontrarte y saludarte- dijo Lucrecia apretándose el estómago con el borde del carrito del super.
-Pues es más probable que me encuentres, si un día, aunque no sea lunes, tocas a mi puerta- Dijo él con la familiaridad de los amigos de toda la vida.

Y Lucrecia tocó un día a esa puerta, no era lunes, tampoco era día festivo, era un día de esos, en que nuevamente el capricho biológico se vuelve un demonio interno, y se confabula con los pensamientos y entre ambos se encargan de atormentar las dudas, de barrer pretextos, de ahogar preguntas y bautizar las culpas, fue un día, en que la carne duele de tanto olvido, que los ojos arden de tanto no querer mirar, que las manos tiemblan por la ausencia de donde aferrarse y el corazón se convulsiona porque quiere seguir latiendo.

Fue un día tan especial, en que Lucrecia cerró los ojos para no sentir pena por su vientre olvidado, por las pecas en sus brazos, por la gravedad altanera de sus pechos y la aún redondez de su trasero, pero sobre todo, un día en que tuvo que cerrar los ojos, por creer que había olvidado como abandonar el cuerpo, flexionar las piernas, hacer la espalda un arco y gemir como si los años, apenas significaran haber vivido cincuenta años para comenzar de nuevo al lado de quien con la juventud entre las piernas, le restaba entre gemidos, los arrepentimientos.
cieloazzul.
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sábado, junio 27

Lucina



Tenía entre sus trofeos de vida toda la colección de batallas y derrotas, nada se le escapaba de sus ojos de delfín y su instinto de serpiente, todo se le acomodaba entre los pliegues de una risa quieta y absolutamente todo lo no querido se le resbalaba con un simple soplo de ironía.
Así; lamía con lenta convicción todo aquello que le formaba un pasado y esperaba con la ingenuidad de un párvulo lo prometido.
Tenía oídos de ave de rapiña, por eso conoció absolutamente todas las penas ajenas que hizo suyas por el breve instante de cada hora, saboreando aquellas coincidencias de sus batallas y derrotas y celebrando aquellas victorias merecidas y no.
Soltera como ninguna virgen se reprochaba de vez en cuando la ausencia de aquel otro que le lavara las ganas y se entregaba con una convicción de ostra al inequívoco destino que su soledad le auguraba.
Se ganaba la vida en una mesita desvencijada, honor conferido por el aprecio infinito que Carmencita Rubio le tenía, de no haber sido por Lucina y sus augurios, nada del tesoro familiar quedaría bajo el colchón desvencijado de Carmencita.
Por eso, Lucina llegaba todos los días en punto de las 10 de la mañana al café
"la bola", encendía el primero de miles de cigarros largos y perfumados, con elegancia aristócrata alisaba un mantel blanquísimo, sobre él, acomodaba con una manía aprendida tres tazas de porcelana descolorida, un pocillo transparente, una cuchara de plata, un pomo con agua hirviendo, un saquito de yute con semillas negras que olían a café y una bolsita ruidosa con mentas verdes.
Y en cuestión de nada aparecía un alma en pena, hombre, mujer, adolescente o novia engañada a sentarse frente a ella.
Lucina saludaba con su instinto de serpiente al tiempo que sacudía las manos como espantando al miedo. Comenzaba su ritual, daba a elegir una de las tres tazas al humano angustiado, servía una cucharadita copeteada de granos negros, vertía suavemente el agua hirviendo y movía suavemente la mezcla negra y perfumada. Daba a beber su pócima y esperaba mientras daba hondos suspiros a su cigarro. Después, revolvía el asiento sobrante de la tacita y con un movimiento magistral, volteaba sobre un plato blanco y despostillado la tacita.
Mientras tanto, sus ojos de Delfín se volvían de agua al tiempo de regresar la taza hacia arriba y mirar las tantas líneas y figuras que se formaban dentro de la taza, mientras torcía la boca de un lado a otro.
Una mañana de Marzo, llegó antes de que Lucina terminara su ritual, una mujer distinta, por sus ropas y perfume dedujo que no era de los alrededores. Tenía los ojos tristes y las manos apretadas.
Lucina apuró su ritual cotidiano como queriendo ganarle una batalla a la muerte. Comenzó.
-Naciste en Febrero, eres Piscis con ascendente en Sagitario, combinación de la chingada-
-Te sientes sola, muy sola-
Dijo mientras le atravesaba sus ojos de Delfín en el centro del pecho.
- lloras, todos los días; lloras por un hombre.- hizo un silencio largo y repuso; -un hombre que no es con el que duermes-
La mujer se acomodó en la silla de palma y bajó la mirada como escondiendo un pudor añejo.
- Ah! tienes tres hijos pequeños, todos tienen el color de tus ojos ... son tu refugio y tu prisión.- Dijo Lucina contundente.
- Viajas cada cuando, viajas sonriente, regresas llorando, siempre llorando... tienes un dolor muy agrio en el alma... por el hombre que su nombre empieza con C, si, es una C...,lo reconoces?- dijo Lucina sin quitar los ojos de la taza.
La mujer extranjera tenía los ojos revueltos, la boca entre abierta y la espalda erguida como esperando ser atravesada por la mitad.
- No sabes como dejarlo, quieres, pero no puedes, lo intentas, pero siempre vuelves-
-Ah! veo un viaje largo, por el mar, mucho sol, mucha arena, no estás contenta con ese viaje, vas con L, si, su nombre empieza con L, lo identificas?, también van otras personas en ese viaje, personas que están ligadas a tu familia, no hay muy buena relación contigo, el viaje se hará aunque tu hagas todo lo posible por evitarlo-
-Ahí está el otra vez, siempre a tu lado, es guapo el cabrón, tienen buena cama...-
dijo casi en secreto.
La mujer hizo un movimiento con las manos en señal de alto. Lucina entonces se encontró con un rostro infinitamente triste.
-¿Qué es lo que quieres saber?- Dijo con la ternura de una abuela.
La mujer comenzó un relato sin respiro...
Yo... bueno... no se como decirlo... yo lo amo, nos amamos... bueno eso quiero creer, nos amamos... no hace mucho que volvimos a encontrarnos... bueno.... nunca hemos dejado de vernos... pero... si un tiempo dejamos de.... bueno.... de acostarnos.... es que yo, tengo que dejarlo, no puedo seguir con este dolor de no poder estar con él para siempre, es que mis hijos... mi esposo.... mi familia.... mi padre!!! ohhh!!! mi padre se muere de vergüenza... es que yo... no sé que hacer... mi esposo sospecha... mi suegra me espía... es que yo sólo quiero saber.... me habían hablado de usted... mi amiga Maruca me contó que usted la ayudó a recuperar a su marido, yo no creo en estas cosas,...bueno si creo, después de ver a Maruca tan feliz con su esposo, pero estoy desesperada, oiga... usted puede ayudarme a sacarme del corazón a este hombre?- Soltó de buena vez la mujer que ya tenía un semblante más suave después de vaciar sus penas...
Lucina que había fumado tres cigarros mientras escuchaba con los sus oídos de ave de rapiña, mordió una menta y moviendo la cabeza de un lado a otro soltó:
- Hay promesas que se hacen en la cama, promesas que salen desde allá abajo, que son dichas en la calentura del momento....promesas que se dicen bajo el eco de los besos, en un instante de lujuria y entusiasmo....si, se aman, no me queda duda, a su manera, pero se aman... de manera distinta, claro, el te ama como aman los hombres, y tu lo amas como aman las mujeres, el te ama con el pito bien parado, tu lo amas con el corazón destartalado.... tu esposo no sospecha, tu esposo lo sabe, pero prefiere hacerse el sordo... tu suegra no te espía, tu suegra te sigue los pasos muy cerca... tu amiga Maruca es feliz no porque tenga al marido con ella, es feliz porque está enamorada de un ex alumno de su marido... que importa… es feliz ¿no?...ah! si, te decía, las promesas son la prisión del amor, tu has prometido muchas veces amor eterno, él ha prometido tener ese amor, ah!! que pendejas somos las mujeres...-dijo Lucina mientras encendía otro cigarro y daba un vistazo más a la tacita con vetas zigzagueantes...- mira... ves aquí esta gota seca? es la promesa que hiciste de amarlo para siempre, de estar con él pase lo que pase, para siempre también.... Mírala que redonda, mírala que profunda, mírala que eterna... es como una lagrima… las promesas son como las lagrimas, son cadenas que se hacen en el universo, atas de manera infinita corazones a diestra y siniestra, ahh! es que la gente promete y promete y después no cumple, y aunque quiesiera cumplir, no siempre se puede, vamos... no siempre se puede...y el cosmos se llena de promesas encadenadas, sin cumplir... no puedes sacarlo de tu corazón por que lo tienes encadenado....
La mujer miró la gota y cerró los ojos como queriendo traer a su mente el instante exacto de su arrebato. Una lagrima igual de redonda, eterna e infinita se le escurrió hasta el borde de la boca. Sonrió como queriendo consolar su descuido.
-Yo no puedo sacarlo de tu corazón, vaya como carajos le hago, lo que si puedo es decirte como lo saques tu, claro si es que de verdad quieres sacarlo, ahh! Porque no quiero que después vengas a decirme que quieres tenerlo contigo de nuevo, como lo tienes ahora…encadenado…con dolor, sufriendo imposibles… porque lo puedes tener contigo pero sin promesas, sin prisiones, sin prisas ni protocolos. El amor es un acto de libertad insolente, es un acto de ser, no un convenio de te doy me das… aunque en la cama a veces resulte- dijo Lucina con la ironía serpenteándo.
Cada noche- continuó Lucina, - que te venga a la mente el pensamiento de ese hombre repetirás tres veces, “estás fuera y lejos de mi…”..... ahhh! Al principio duele, verás que duele, siete días, fíjate bien, siete días con sus noches, cada vez que te venga a la mente el dolor de amarle, repites tres veces… " estas fuera y lejos de mi...". Después, en un momento que tengas para ti, recuerda una a una las promesas hechas, y repítelas tres veces, diciendo su nombre seguido de “te devuelvo la promesa de…”. También duele eh? No vayas a pensar que no duele, devolver lo prometido duele, como chingados no!!… pero después renaces, después aprendes que el amor que duele no es amor, sino egoísmo, espejismo. Recuperas el gobierno de tus emociones y comprendes que el amor verdadero es el que se disfruta en el instante vivido, ni antes, ni después. En el aquí y ahora.
La mujer tenía el semblante relajado, 20 años menos sobre su media sonrisa y un suspiro ahogado repleto de promesas malgastadas.
Después de un largo silencio, la mujer preguntó cuando debía pagar por la consulta, a lo que Lucina con sus ojos de delfín, la voz llorona y resucitada...respondió:
-Nada… no me debes nada… Yo aún conservo una promesa que me ahoga, y de no ser por ti, no habría recordado la deuda que tengo con mi mañana.-
cieloazzul.
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lunes, mayo 11

Dominga...


Cuando el amor se le hizo mudo, la sonrisa le comenzó a cambiar de color.
Dominga despertaba con la nostalgia que los años del matrimonio imprime en cada mañana, sentía pena por la falta de entusiasmo en que se había sumido después de haberse sorteado los años cruciales por los que pasa el matrimonio.
Que si el séptimo año es determinante, que si pasas el onceavo ganaste el para toda la vida, que después del decimoquinto viene una crisis de miedo, que después de los veintiuno siempre hay separación. Que las bodas de plata no son más que un recordatorio de la ilusión, que quien celebra los cincuenta años de matrimonio se gana la santificación. Que el amor eterno no es precisamente el que se profesan los esposos y que cuando el amor se acaba, se acabó sin más.
Pero a Dominga ninguna de esas sentencias le parecía verdadera, y sus razones tendría porque ella había sorteado cada año de matrimonio perdida entre los imprevistos de ser madre, esposa, amiga y ejecutiva de la vida. A veces amante, pero menos veces que las demás. Vivía con los años pendientes, con la sonrisa alquilada en un amor inconcluso que le había costado todos esos años de matrimonio estancado. Con apenas una vida que se le resbalaba entre las comidas familiares, los saludos fantoches, las visitas al santísimo y el buenas noches a su vida de mujer.
Cuando pensaba en la muerte se estremecía completa, le prometía a la vida no dejar para mañana la única cuenta pendiente con aquel amor.
Como es la vida de tramposa!, una mañana cualquiera Dominga despertó con la edad al revés, sus 52 años se le volvieron 25 y no encontró sombra mas brillante, ni zapatos mas obscenos que los que su hija mayor guardaba entre sus tesoros. Se miró en silencio y se espantó los miedos, se probó el pantalón negro que su mediana hija usaba en sus tardes de conquista, se perfumó con crema anti estrías las caderas y se sonrío.
Hurgó entre una agenda amarillenta hasta encontrar la trampa con nombre de mujer que escondía el de aquel amor y salió de casa con la lista de pendientes en la mano.
Pasó a la tintorería a dejar los pantalones del marido, pasó a firmar documentos bancarios, pasó por las mismas calles que le recordaban aquel adeudo de vida inconclusa, se compró unos cigarros para dejar de fumar y rezó una oración inventada para ganar valor.
Atravesó la explanada del parque del pueblo, se alisó la sonrisa en señal de razón, se miró en el reflejo del vitral de la iglesia y se atrevió.
Cruzó la puerta de aquellas oficinas con olor a hastío, saludó cortes como quien se conoce de años, se anunció tajante y sin respiro. Esperó.
Una mujer con cara de espanto le anunció que podía pasar.
Dominga respiró profundamente y cuando volvió a tener de frente a aquel hombre incompleto, se presentó.
- Vengo a saldar mi deuda pendiente.- Dijo mientras los años se le volvían verdad.
- Y el hombre que parecía de mil años, sonrío como sonríen los niños.
Extendió las manos y se dejó saldar.
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lunes, mayo 4

Rafaela...


Tenía en su vida tragedias de color a susto, los ojos llenos de lágrimas invisibles y una risa que por ruidosa parecía un lamento.
Se enamoró de un solo hombre que era de todas, menos de ella.
Lo amó en secreto, a viva voz, entre figuraciones y sueños, así, como se ama lo que nunca será propio.
Y se hizo de todas las astucias, las contradicciones, las explicaciones y religiones con tal de permanecer cerca de ese mismo hombre que a expreso desdén seducía a todas, menos a ella.
Rafaela se hizo niña-vieja, aceptó alargar su vida a la suerte de estar cerca de él sin estar, aceptó agradecida la presencia a medias y se secó despacio mirando a su único amor, besando a otras, amando a otras, paseándose con otras, menos con ella.
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jueves, abril 23

Hilaria...


Esa noche se besaron a medias, se tocaron con el conocimiento que los años permiten, brevemente se reconocieron.
Hicieron el amor acompañados por el canto de un grillo intruso.
Afuera llovía.
Adentro también.
Unos minutos después cada uno se acomodó sobre su isla durmiente.
No hizo falta apagar la luz.
- Feliz aniversario- Dijo él entre murmullos.
- Feliz aniversario- respondió Hilaria con una sonrisa añeja.
- Te amo- Dijeron los dos para sí mismos.
Y amaneció.
Afuera había un sol inmenso.
Adentro, no paraba de llover.

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viernes, abril 3

Manuela...

Un día Manuela despertó con la sensación de haberse muerto por fuera.
Se miró al espejo y se horrorizó al ver que sus ojos que antes eran del color del atardecer , se habían vuelto completamente blancos, que su boca estaba seca y amarilla, que el resto de su cuerpo, incluyendo el ombligo tenían el aspecto de un muerto.
Sin dar crédito a su horror, comprobó que todo lo que tocaba con sus manos de muerta estaba tan frío como su cuerpo, que el mismo piso que tantas veces caminó descalza le era insensible al tacto, entonces lo notó, flotaba.
Corrió como un fantasma por toda la casa, abriendo puertas y ventanas para sentir el aire y de paso despertar por completo de la pesadilla que le seguía aún con los ojos abiertos.
Pasó delante de sus cuatro hijos que la miraron así, como se mira lo invisible, pasó encima del perro que dormía en el umbral de la puerta y el perro ni se inmutó. Buscó al marido que se le había olvidado que existía y éste apenas la reconoció.
- Que te pasa mujer?- Dijo sin mirarla.
- Me ves? Dime me ves?- Dijo Manuela sacudiendo los brazos.
- Te veo y parece que viste un muerto- Dijo el marido sin mirar
- Exacto, lo vi- Dijo Manuela con los ojos aterrados.
Y el marido que conocía esas muertes repentinas desde hacía años, no la volvió a mirar.
Manuela insistió…
- Estoy muerta-
- Estás loca- Dijo el marido alzando los ojos para sonreír.
- No te rías, soñé que se me moría el cuerpo y mírame bien, estoy muerta- Dijo Manuela con un nudo en la garganta.
- Pues yo te veo andando y rezongando y eso los muertos no lo hacen- Dijo el marido ya preocupado por la expresión de muerta de Manuela
- Tócame, tengo la piel seca y fría, de muerta- Dijo Manuela acercándose con un dejo infantil hacia su esposo.
El marido que se había olvidado también de Manuela y del terciopelo de su piel, le quitó las ropas despacio y pasó su mano desde el cuello hasta el ombligo, entonces se horrorizó al ver que por donde pasaba su mano la piel se pulverizaba dejando a Manuela un camino de carne encendida y húmeda.
- Me lleva! Te duele? – Dijo el marido mirándose la palma de la mano, para inmediatamente pasarle ambas manos por todo el cuerpo, por entre las piernas, por entre los brazos, por los senos y la espalda, por entre los pliegues y por entre lo ya olvidado.
Manuela que se sabía muerta cerró los ojos para abandonarse al último instante de vida, apretando los dientes, los puños y la boca.
El marido pronto pasó del horror al gusto por sentir la piel de una extraña conocida. Pasó una y otra vez las manos y la lengua por toda aquella piel enrojecida y palpitante, hasta que Manuela tuvo la sensación de morirse de una vez por todas.
- Me muero!, Ahora si me muero completa!- Dijo abandonándose al instante con los ojos encendidos.
Entonces el marido, que se sabía ya viudo, cerró la puerta por dentro y después de besarle y tocarle lo que le faltaba le dio un entierro digno de resucitar.

jueves, febrero 5

Torcuata y Matilde...

Para Aleida Ruelas.
Por toda la vida.

Torcuata dejó de hablar el día que Ramiro se casó con la gorda que le daría un hijo.
Durante un montón de años había pasado su vida de parlanchina seductora en los brazos de ese hombre que por mustio y silencioso le había contado apenas una que otra pena en agonía, mientras que a ella la palabra le brotaba hasta por los poros, no tenía mejor vestido que las miles de historias que se inventaba después de cada encuentro de amor y así, pasaba del retozo a la lujuria, de la tarde al otro día y de la palabrería al otra vez.
Pero así nomás, de repente, Torcuata se calló para siempre en sus murmullos y las palabras se le fueron enroscando por los cabellos desordenados, por la fila de dientes blancos, por debajo de la lengua y por debajo de las piernas. Ni una sola palabra volvió a brotarle, ni para bien, ni para mal.
Alguna vez de tanta indigestión de palabras, Torcuata recitaba un decreto de lagrimas y entre sollozo y sollozo se adivinaba un lamento lánguido y ronco, pero inteligible.
Los meses pasaban con su letanía de palabras por la frente de Torcuata, mientras que la gorda se hacía más gorda y Ramiro se les extraviaba de entre los deberes.
Torcuata envejecía un siglo por cada silencio que pronunciaba, dejó de bañarse y cepillarse el pelo y los dientes, apenas si comía unas migajas de pan de trigo y caldos transparentes que su madre preparaba con fervor de augurios. Y nada. Ni una palabra se le escuchaba decir.
Los dientes se le pegaron, las manos se le arrugaron, y un millar de líneas le trazaron el cuerpo como si  una historia sin palabras se le escribiera de noche en noche.
No había esperanzas para Torcuata, el silencio se le había instalado de tajo y las palabras se le borraron de la mente y el corazón.
Cuando escuchó entre paredes que Ramiro paseaba orgulloso entre sus brazos un muchachito de cabellos crespos y cara redonda, dejó de comer y abrir los ojos, su cama se llenó de palabritas moribundas y toda ella se abandonó a esperar a la muerte sin siquiera pronunciar amén alguno.
Mientras Torcuata callaba, las murmuraciones llenaban el pueblo entero, una muda que moría de amor y una gorda que alardeaba a viva voz su estado civil gozoso.
Cuando Matilde se enteró de la suerte de quien había sido su mejor amiga de la infancia, se derrumbó de pena y rabia, no entendía como una mujer que había nacido con la palabra en la boca, se abandonara de esa manera por el amor de un insensato, así que se propuso devolverle el discurso y la razón.
Durante los siguientes días, Matilde pasó las tardes enteras contemplando el desastre de Torcuata, recordándole historias de la infancia y obligándola a abrir los ojos aunque fuera por educación. Nada. Torcuata abría un solo ojo y se perdía entre la baraña de cabellos opacos que le habían crecido desde la nariz hasta la espalda.
Al segundo día, Matilde puso hierbas amargas en la tina y obligó a Torcuata a meterse con todo y ropa, ahí la lavó con la devoción más tierna, le restregó cada línea que le atravesaba el cuerpo y le desenredó el cabello al tiempo de contarle las últimas nuevas de la nación.
Al tercer día, Matilde abrió las cortinas de la habitación, sacudió la fila de palabras regadas por los rincones hasta levantar una polvareda gris que hizo toser a Torcuata hasta sacudirle el vientre, un murmullo llorón brotó de la garganta de Torcuata y una esperanza redonda impulsó a Matilde a seguir.
Al cuarto Día Torcuata había vuelto a probar alimentos, abría la boca con la certeza del silencio y trituraba cada sorbo de agua y caldos con impaciencia atroz.
Al quinto día, después del baño de hierbas amargas, después cepillarle el cabello, de contarle 20 líneas menos del cuerpo, Matilde abrió la ventana y dejó que el murmullo del viento le antojara la palabra a Torcuata, quien volvía a mantener los ojos abiertos, el cabello ordenado y un brillo tímido que le hacía juego perfecto a sus treinta y tantos años.
Se pararon ambas a mirar por la ventana, Matilde no dejaba de hablar y hacer recuerdos, de repente Torcuata murmuró:
-Que se vaya a la chingada-
Matilde se estremeció de gusto pero no quiso parecer exagerada y siguió hablando…
-Te acuerdas del vecino que era un amargado? Se ha ido para siempre del pueblo….
- Así se debió haber ido éste cabrón- Murmuró con claridad Torcuata.
-Pero no se fue amiga- Dijo Matilde apretando los ojos.
Torcuata volvió a guardar silencio, Matilde habló y habló pero Torcuata no volvió a pronunciar palabra.
Pasaron tres días más, en que Matilde repetía la hazaña de abrir la ventana, para hablar y hablar de recuerdos vagos, pero Torcuata siguió en el silencio primero.
Una tarde de tantas en que Matilde recitaba inventos, Torcuata la interrumpió:

- La gorda le contará historias como las mías?-
-No lo creo, nadie como tú para inventarse historias- Respondió Matilde con un nudo en la garganta.
-Crees que aún me recuerde?-
-Supongo que si- Volvió a responder Matilde con un vacío en el estómago
- Yo le hubiera dado un hijo, de haber sabido….- Dijo Torcuata separando algunas hebras de cabello que le tapaban los ojos…
-Pero se lo puedes dar a otro, ni que fuera el único, no jodas Torcuata..-
-Para mi lo era…hijo de su madre- Sentenció Torcuata con la misma gravedad con que contaba un cuento.
-Vendrán otros, aunque si te quedas en ésta piltrafa que te has impuesto, estará difícil..- Dijo Matilde con la picardía de una santa.
-Tenía las nalgas tan lindas….- Dijo Torcuata con media sonrisa
-Habrá más lindas, te lo aseguro- soltó Matilde con media carcajada.
-Tenía el pilín horrible- Dijo Torcuata apretando la risa
-Hay mejores, te lo juro- Dijo Matilde acalorada de risa
-Roncaba…- Dijo Torcuata mirando a Matilde resoplar de risa
-Pobre pendejo- Dijo Matilde alzando los brazos en señal de triunfo.
-Pendeja yo, que me morí por días…- dijo Torcuata dejando ver su rostro sin silencios…
-Menos mal que resucitas- Dijo Matilde estrechándola en un abrazo largo
-Menos mal que te tengo amiga mía…- susurró Torcuata con la palabra bendita
Al día siguiente Torcuata amaneció con el fulgor de los treinta y tantos, con miles de palabras brotándole por los ojos, la boca y la entrepierna, con una sonrisa de estreno y su amiga de la infancia dispuesta a reír a la par de la misma historia de aquel Ramiro insípido, contada mil veces hasta aburrirse de simplezas…
-Ni que valiera la pena callarme tanto- Dijo una tarde Torcuata a Matilde.
-Pues lo fue para casi matarte de silencios - soltó Matilde como pólvora
-Ya ni me acuerdo de sus nalgas…tan lindas- susurró Torcuata con un mohín de picardía
-Búscate unas nuevas, verás que hay mejores…- Retó Matilde al tiempo de proclamarse héroe.
-Busquemos…- Recitó Torcuata con la gratitud de la palabra envolviéndole el mañana...
cieloazzul.
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Cuento ganador
31/Dic/2009

sábado, enero 3

Silvana...



Se despidieron sin lamentaciones,
como se despiden los amantes que auguran un mañana sin futuro...

Cuando Silvana se dio cuenta que no volvería a tener entre sus despertares la clandestina manera de sentirse amada, se enroscó bajo las sábanas y lloró como llora un delincuente inexperto.
Por primera vez en 9 años de dividir su corazón, estaba convencida que no había más destino que el que ya se había escrito.
Durante muchos años se había imaginado el final de su descaro, durante muchos años también había sorteado el silencio del rumor bajo sus ademanes de dama antigua, durante más días se había lavado con hierbas perfumadas el rastro indeleble de aquel cuerpo que le encajaba a la perfección desde el ombligo hasta sus pensamientos. Durante noches enteras se arrullaba con el recuerdo de cualquier tarde improvisada repleta de besos y fantasías, cerraba los ojos y acompañada de la respiración de quien dormía a su lado se abandonaba a su único pecado sagrado, no había penitencia más eficaz que el despertar de cada día con la prisa de volver a pecar.
Silvana tenía la estampa de las mujeres que han vivido mil vidas, una mirada inocente y manos de cortesana, caminaba como quien busca donde sembrar sus sueños y sonreía con una precisión tal que era capaz de apagar cualquier infierno, en cambio él, tenía la conversación de un forastero, la mirada curiosa y las manos redondas, la palabra le brotaba en cada paso y su sonrisa era como un relámpago de madrugada.
Se habían conocido como se conocen los amantes, en medio de un caos de emociones intimas y una búsqueda implacable por la realización, se habían encontrado en el momento justo en que ella necesitaba quien le mirara en silencio y él a quien mirar, se habían reconocido en el mismísimo instante en que él le aplacó la soberbia con un beso arrebatado.
Se habían ido queriendo de a poquito, como se quiere lo que se va hilvanando a fuerza de coincidir, y se quisieron hasta sentir que la querencia ya no les alcanzaba para comenzar a sentir amor, del amor pasaron a conquistarse los miedos y de los miedos pasaron a la confusión.
Cuando se dieron cuenta que el rumbo se les había extraviado, se buscaron entre los pliegues una razón más para continuar, pero el amor a medias se les había vuelto incompleto, las palabras vagas, los besos tibios y el mañana sin noche; entonces, el dolor se les plantó en la boca y el adiós en el corazón.
Cuando Silvana lloró la última lágrima con su nombre, un relámpago atravesó sus pupilas.
entonces, le amaneció....sin su gran amor.
cieloazzul.
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