lunes, mayo 24

Diminuta...




Mientras tuvo al hombre que amaba entre sus remilgos todo la hacía inmensa y grande, pero fue el día que su indiferencia empezó a tejerle tardes tristes que comenzó a hacerse pequeñita, casi invisible.
Después de vivir durante una década el amor redondo en complicidad con el hombre que había desatado en el contorno de su nombre la grandeza de las aventuras, después de comprender que lo que se ama también se pierde, después de lavarse con lagrimas el rastro de besos que le permanecían en el cuerpo, se olvidó del mundo y casi de él.
Después de intentar comprender las distintas formas en que ese hombre la amaba cotidianamente, después de aceptar que hay amores que de tanto amar terminan matando, después de silenciar para siempre el estruendo que en su alma se desataba con sólo recordar la voz de trueno de ese amor bendito, se borró la memoria con un lamento largo y cascabelero.
Cerró los ojos, apretó los dientes y los puños, aguantó la respiración hasta sentir que le explotaba el estómago y arrojó lo último que de él le quedaba hacia el infinito.
Se metió a la ducha por más de una hora, restregó con la furia de las tempestades la memoria del cuerpo y la razón de sus espasmos, perfumó con esencia de rosas los huecos donde aún quedaban retazos de pieles fundidas y se murió por dentro, de un respiro.
Se pintó con pétalos de violetas lilas el nombre de pila con que la bautizaron de niña y se acostó a dormir.

Ahora Diminuta cuando despierta no recuerda nada.
Ni siquiera lo inmensa que era de amor.



cieloazzul.
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