domingo, abril 1

Irene...


Irene
tiene 93 años, dice que cuando era joven fue alta y hace una seña con los brazos extendidos,
ahora es diminuta y enroscada,
tiene los ojos transparentes, su piel es del color del aire,
habla pausada pero sin parar,
de vez en vez, moja sus labios con un té que huele a hierbas y le perfuma el rostro,
mientras cuenta su secreto parece que va a llorar,
pero no,
mantiene una sonrisa trémula
que aún me persigue mientras rescato su secreto.
Para ti Irene.
Donde quiera que te encuentres.

Ella conocía el amor por que en sus sueños le habitaba, conocía la belleza por que en la mirada se le tatuaba, conocía además los deseos que el cuerpo guarda por que los recogió en su estómago desde niña y los disfrutó con ganas…

Creció entre risas y verdades a medias, porque una mujer pura no se entrega si no es con el hombre con quien ha de casarse aunque feliz no sea, en una vida que la hizo mustia por que su madre siempre tuvo el dedo listo para la sentencia:
“El Diablo siempre se desvela”.

Sin embargo ella, al mismo Diablo le tejía treguas.

De amores los tuvo todos, desde el galán del pueblo que bailaba con la mirada de lado, hasta el viejito verde que se sentía febril de mirarla con ese caminar de lado a lado.

Y los amores se le alargaban todos, los disfrutaba ardiente sin el pecado escrito, por que eso si, “virgen hasta el matrimonio”, aunque en tantas veces haya sentido orgasmos.

“Y es que la vida de antes, la que se vive ahora pero con más descaro, siempre ha sido la misma, la sentencia a cuestas y el deseo rondando, los valores pataleando y el pudor danzando, y el sexo, siempre atento y desflorando…”, dice con sus ojos color canela y su boca desentonando.

Por eso ella, vivió gozando, se enamoró mil veces y se entregó a destajo, pero eso si:
“sin bajarme los calzones, ni hacerlos a un lado. Porque bien de blanco que me casé aquel sábado, aunque por muchas noches nunca le miré ahí abajo…”

Ella tenía una trinchera de sucesos que la hacían deseada, un manojito de aires que la convertía en cortesana y un cuerpo de pecado diminuto que cualquier hombre con lo menos de dioptrías tenía entre sus deseos para condenarse.

Y ella repasa en sus recuerdos, mientras se mira en el reflejo de un espejo salpicado de tiempo, de vez en cuando se inquieta y cierra los ojos, contando:

“Yo, tenía besos que tenían su porque sí, de esos que vienen desde adentro y hablan solos, que no necesitan freno, que no necesitan tiempo, que sirven para un saludo o un hasta mañana, que aminoran trayectos y contagian deseos, pero no estallan en el estómago ni se desparraman por el cuello, esos besos de poca saliva, que se dan por respeto, por amor chiquito, por cortejo, pero que encienden flamitas y siembran cosquillas.

Besos que se me venían sin darme cuenta, que se te escapan cuando sonríes, cuando hablas, hasta cuando lloras, que no hacen ruido ni gastan el carmín, besos que se vuelven invisibles, que se adueñan del otro hasta que lo sientes tuyo, besos mustios, con la resonancia del silencio, que se platican entre lenguas y se succionan sin decencia, esos besos, que de no ser por que no embarazan, no pasan de ser condena, pero que dejan evidencia y también vergüenza, por que después hay que esperar con las piernas bien discretas y poco abiertas a que seque la saliva, que de mucha, hasta por abajo se desperdicia.

Besos que se mueren en el intento, que no llegan por estar ya muertos, que los sueñas una noche entera, los saboreas, los repites hasta gastarles el sabor a encuentro, pero llegado el momento, no los das, porque te acuerdas, que ya están muertos…

Besos que te quedan en la punta de los labios, que permanecen junto al recuerdo y al destino, que los usas para besar la pluma con que escribes un verso, su nuca tibia o la punta de sus dedos…

Pero los besos que ya no recuerdo, por que cerraba los ojos y no les medía el tiempo, son aquellos que de respirarse tanto se vuelven besos intensos, que gimen en la garganta, agonizando al miedo, que entumen las manos de tanto hurgar ahí, en el medio, que no sabes donde comienza él y sigue el sexo, besos que se baten en duelo por no traspasar los sueños y que de tan intensos, a veces, parecen copular, sin sexo. De esos besos, que ya no recuerdo, pero guardo uno, para antes de mi entierro.

Pero también tenía caricias, de esas, que aún me quedan, que las doy por puta o por santa ya ni sé, por que a veces ni me encuentro, pero que sin besar, ni nada, me vuelvo intensa, sin perder pureza.

Caricias que se extravían sin permiso, que se disculpan para volverlas sentencia, caricias que bajan y suben con frenéticos aleteos que mueren en el aire haciendo cualquier pirueta, caricias que hinchan las risas, que encienden pudores y que el padre nuestro lo vuelven más nuestro, caricias de fiesta y rumba que bailan por su espalda, eso si! encima de las ropas, no te pienses que la carne rozan, por que eso es de putas, y yo, no soy tan descarada.

También tenía rozones de piel caliente, para ocasiones especiales y si de reconciliaciones se trataba, por que eso si, yo que soy de hormona enjaulada, si algo no me ruborizaba, entonces me encabronaba, y para esos casos, nada mejor que tener a la mano una buena arrejuntada, donde te le pegas tanto que hasta los pezones le ensartas y sin mirar para abajo te sientes inmaculada, apretando el vientre y también las ganas.

Por que supe de muchas, que de la risa se despernancaban y entonces no sólo aquello les entraba, también se les iba la vida criando las carcajadas , a esas después de la deshonra, las casaban y les mataban a palos para siempre las ganas.

Pero de lo que más tuve, fueron miradas, por que las tuve todas y con ellas enterré a mis fantasmas, las vestí de fiesta si se me daba la gana, o de luto eterno pero con brillo en las pestañas, las usé de noche para esquivar heladas y las vestí de día para volverme santa, de esas me queda una, que la guardo para cuando lo encuentre, a él, que debe tener la cabeza aún llena de ganas.

Y así, ahora que ya estoy vieja, y que la vida me gana, me quedan recuerdos con unas poquitas de ansias, ya ves los ojos me tiemblan, la boca me engaña, si mi madre supiera, de todo lo que ahora te cuento, se muere de nuevo con las verdades repletas, que me casé virgen por que no abrí las piernas, pero que no fui tan santa y me moriré condenada, por que me pasé la vida con el Diablo en sus desveladas...

Pero volvería a ese entonces, con todas mis ganas, por que ahora tu has visto la de cosas que se hacen con los besos, las caricias y las miradas, ya no quedan arrimones, ni ganas de adivinarse el cuerpo, ahora con cosita de nada, te encueran y sacan las ganas, y eso de vivir de forma tan apresurada, a mi nadie me engaña, te seca el huerto y pudre las manzanas.”
Cieloazzul
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