jueves, enero 18

Cristina...


Decían, que cuando pequeña, ella tenía los ojos de querubín, que con los años aprendió a perderse en aquellos recuerdos infantiles que desembocaban en frenéticos riachuelos de sal y espuma…
Tenía un mundo inventado para soñar y un mundo prestado para vivir, y en ambos iba sorbiendo en dosis pequeñísimas alientos de esperanza para no rendirse en las batallas traicioneras…
De su nombre colgaban centelleantes luceros
que la iluminaban y de su apellido una estirpe de sangre de todos colores, de ahí, que a veces su cabello era tan dorado que se confundía con el brillo de las noches azabaches, de ahí, que de sus ojos de querubín se apreciara una corona de diamantes escurriéndosele por el flequillo de la niña de sus ojos, de ahí, que de su boca se podía escuchar una sentencia griega, una maldición gitana o una poesía caribeña.
Daba igual, a ella, le brillaba el mundo hasta cegarla y le lloraba el cielo hasta empaparla.
Hasta que el tiempo se le revolvió con los segundos y los segundos con los años y la edad se le multiplicaba en restas y el amor se le trastocó que se encontró dormida con los ojos abiertos, el sueño vestido de fiesta y el deseo dispuesto a un reto.
No hubo evidencia escrita de la ocasión en que ella se dejó arrebatar la purísima imagen que de su espejo matutino se llevaba de ella misma, tampoco decreto diocesano del momento exacto en que ella dejó de ser virtuosa para el resto de los mortales, ella sabía que el secreto que guardaba bajo la almohada que conservaba desde niña estaba a punto de vomitarle sentencias y cobrarle los silencios arrugados por tantas lagrimas crepitantes.
Fue hasta que en la soledad que prestan los días feriados se descubrió distraída, comenzó a confundir el rosa con el verde, el azul con el morado y el ayer con el mañana, fue hasta que de tanto guardar sus secretos olvidó donde los había guardado, fue que entonces no sabía si iba o venía, si llegaba o partía, si era su entierro o su nacimiento, si era beso o era herida, si era feliz o ni eso.
El caso es que de tanto martirio revuelto decidió hipnotizarse con el trino de un jilguero bohemio, encender una pequeña grabadora para atrapar los recuerdos y cerrar los ojos dispuesta a cruzar el laberinto de los olvidos con el único escudo de su vehemencia agotada.
Hubo toda una serie de acontecimientos que la llevaron justo a los instantes arrinconados, en los que pasó del llanto a la risa galopante, momentos en que los suspiros la ahogaron y el frío la estremeció, momentos en que se miró resbalar de la cima de aventuras clandestinas y se encontró jadeante ante el olvido más olvidado.
Fue entonces que descubrió mundos secretos que había moldeado con plastilinas de sus cotidianos, fue entonces que encontró lápices de colores brillantes con los que logró recuperar un poco de la memoria olvidada, fue que recordó el abecedario labrado de carne y sangre junto con la lengua fértil que sirvió para borrar los errores imperdonables, fue que recordó entre partículas matemáticas la ecuación perfecta para recuperar aquellos secretos ahogados en la almohada confidente.
Como relámpagos cantarines, llovieron sucesos que se hilvanaron con los olvidos, entonces, una vez recordados se diluían entre los adioses contentos, y entre tanta elocuencia relampagueante, ella no sabía si atraparlos entre las manos o patearlos por la nuca.
Se detuvo absorta entre los paisajes con aroma a vida, se reconoció entonces con los ojos extraviados con líneas extranjeras, sentimientos apareados, promesas disfrazadas y un cielo sin colores….
Despertó decidida a no depender nunca jamás del reloj que le apretaba el pulso, se reconcilió en cambio con su reloj biológico con quien firmó un contrato de respeto indecente, atemporal y sin caducidad de eventos, se dispuso a colorear su memoria vagabunda con un azzul que la vistiera eternamente, sonrió consagrada a la sentencia autoproclamada y espolvoreó su cieloazzul con los secretos para contar que hoy la sostienen y la rescatan del dragón que ruge en sus noches desoladas. Aprendió a sonreír para si misma sabiendo que del otro lado del aire siempre habría una sonrisa de reflejo, aprendió que los olvidos son para recordarlos, aprendió que la vida misma se nutre de la esencia compartida y de los milagros que respiran con nombre de gratitud y amor, aprendió que las lagrimas en compañía son menos amargas y que la alegría de encontrar mundos con sonrisas no son como los terrores nocturnos, esos mundos, nunca se olvidan.
Feliz primer aniversario
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y Secretos para contar.
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miércoles, enero 3

Olga…

Imágen: JuanCarlosRivera.

Con especial cariño y gratitud a Olga...

Gracias, por abrir tu corazón.

Olga fue mujer de un sólo amor...
Dotada de una inteligencia sobrenatural y una belleza provinciana, encontró sueños en el hombre 10 años mayor que ella, que de forastero tenía hasta la suela de los zapatos.
Fue a los mejores colegios, vestía de organdí y seda, sus cabellos dorados eran evidencia de buena cuna, mientras que Francisco, vestía ropa sencilla, con el único adorno de sus ojos azul caribe sobre su piel canela y un par de manos de porcelana.
Le bastaban 3 minutos para vivir día a día el amor no profesado a aquel hombre que cruzaba el largo de su casa, caminando con pasos cortos y la mirada extraviada.
La estrella mulata decidió que ese amor debía existir, burlando incluso la cárcel matriarcal.
Margarita fue la celestina bendita, que se encargó de filtrar la historia plasmada en pequeños trozos de papel opaco, pequeñas frases llenas de amor y pasión... en donde en cada frase se hacían el amor.
El destino torció los conjuros, cuando en un descuido, Olga olvidó un pequeño trozo de papel arrugado en el zapato , su madre, horrorizada de pensar en la intención maliciosa del forastero, la envió custodiada por dos sirvientes parcos y amargados hasta la casa de la Tía Inés, quien la recibió con la sonrisa fingida y la consigna anticipada; no hubo tiempo de prevenir nada, su estrella mulata se había olvidado de ella.
Pasaron tres años, en los que se creyó que la pasión del Diablo había buscado otra victima que no fuera ella.
Las cosas no eran de caramelo, cuando al volver renovada de amor y con mil planes heroicos para realizar ese amor dormido; Olga encontró al forastero ya no tan extranjero, se cruzó con el cuando visitaba la iglesia del pueblo en fiesta, era el mismo Francisco piel canela y ojos de mar caribe, sólo que ahora con una extensión en sus brazos de cuna, un pequeño bulto envuelto en lienzos azules y una sombra a su lado, que a Olga le pareció insignificante y simple, tanto que no tuvo tiempo de mirarla, se perdió en los ojos azules del forastero infame, que a evidencia de 150 papeles arrugados con su firma, le pertenecía.
No hubo luna que no recibiera los lamentos de Olga, ni sol que no estuviera a punto de extinguirse de entibiar tanta tristeza, no hubo sepultero que no esperara fabricar su ataúd color marfil en el que habían de amortajar a la novia olvidada.
Olga sobrevivió.
Nunca se casó, en cambio triunfó en Francia, volvió a su pueblo con el cuerpo tallado por hombres sin rostro, con la boca mordida por dientes sin aliento, con los orgasmos guardados para el amor extraviado.
Pasaron mas de 40 años de aquella ultima mirada en el parque de fiesta, pasaron modas y revoluciones de amor, Olga, calladamente, vivió esperando besar la boca de ese forastero y sentir sus manos de porcelana despeinarle los caireles.
La estrella mulata, apenada por sus descuidos, intervino indulgente. Él, marchitado de amargura, de infelicidad conyugal y de frustraciones cobardes, se enfrentó al designio y se paró frente a Olga una mañana de domingo caluroso, cruzaron frases cortas, apenas permitidas por el ritmo cardiaco de ambos y las miradas morbosas de las mujeres presentes, nada impidió que se encontraran.
Ambos, despertando a la tercera edad, pero con el deseo adolescente, se encontraron bajo las sábanas cálidas y perfumadas de un hotel antiguo, con la luz completamente dormida y el relámpago de luz de las miradas incendiadas; se hicieron el amor como dos recién casados, una sola vez, suficiente para amanecer enroscados entre los deseos.
Olga despertó 20 años mas joven, Francisco, despertó con el corazón 20 años mas viejo, comprendió que quedaban pocos encuentros en los cuales el podría resistir la pasión añejada y contenida. Sucedió.
La noche víspera a la cuaresma, Olga se baño de perfume, se untó en la entrepierna aceites afrodisíacos, encendió velas místicas y esperó a su Francisco acariciarla; se probaron el cuerpo sedientos, se mordieron las carnes hambrientos, Francisco, no respondía en virilidad, se contrariaba, se apenaba, se moría.
Recostó a su Olga rejuvenecida, le rindió un concierto de caricias, con esas manos de porcelana, dibujó girasoles en su espalda, escribió 10 poemas de amor sobre sus senos, dictó su testamento sobre su vientre y muslos, plasmó su ultimo deseo hurgando en la entrepierna de Olga, quien cerró los ojos inundados en lágrimas y rezó la magnífica por ese amor; 10 orgasmos hincharon los dedos de Francisco, 10 oleadas lo llenaron de sal, 10 veces 10.
Ambos lloraron, ambos gozaron, ambos murieron.
Nunca más se volvieron a encontrar.
Tampoco se olvidaron.

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