domingo, diciembre 24

Romina


Ya había pasado la Noche Buena,
los regalos, los abrazos y los mordiscos traperos
de los que nunca faltan en las reuniones de familia.


ROMINA...
La Tía Romina, como una buena solterona sin remilgos,
había estrenado un traje del color de sus postergaciones,
tan gris como una tarde sin sol y tan negro como la oscuridad que recuerda a ojos cerrados.
Debajo de la lana opaca no llevaba mas accesorio que el deseo robado 38 navidades atrás, cuando Ríspido Morán, forastero de paso le había despertado la víspera navideña entre castañas y piñones...
Nadie lo supo, excepto la santísima Virgen del pórtico que había fingido muerte terrenal momentánea durante el asalto de inocencia, como un signo de complicidad divina.
Las navidades significaban un revoltijo de recuerdos secretos, nunca pedía deseos, ni los añoraba...
hacía mucho que para ella la ocasión no ameritaba mas que la tradición de una historia de estrella y portalito con personajes que repartían esperanza y amor. No permitía que se le diera regalo alguno ni sermones de buenos deseos...
Para la tía Romina la ilusión de esperar un deseo se había perdido junto con la estrella de los cinco picos que una sola Navidad en su vida miró a escasos 5 centímetros y la sintió picarle un ojo en la tercera embestida.
-Habiendo pasado la noche buena, los deseos no cumplidos quedan esparcidos en la noche, bailando danzas de olvidos...ahora ya es Navidad....- nos decía mientras caminaba hacia su habitación, dando por cumplida su participación en tan ineludible celebración.
Pero esa misma noche, de su ya navidad, la tía se miró al espejo con una víspera estancada, con una nostalgia que se revelaba a dormir y un sofoco que le producía agruras y flatulencias, intentó remedios con una pizca de carbonato en la punta de la lengua, tres gotas de limón dulce, dos sorbos de leche tibia y media cucharadita de linaza en granos, pero nada, el revoltijo la tenía con la garganta hirviendo y la entrepierna indigestada...
Hurgó entre las hierbas hinojo y anís; se preparó una infusión para casos de emergencia, volvió a su habitación con el remedio en una mano y en la otra un candelabro que le alumbraba los tropiezos, justo al cerrar la puerta de su habitación para aplicarse las compresas, vio una sombra que se dibujaba en su pared.
- ¡Santas animas del purgatorio!, ¿quien eres?- dijo soltando un grito ahogado.
- No grites! No grites!!- Dijo aquella voz que de tanto apretar los dientes apenas si parecía de un vivo.
- Ave María purísima, pero quien eres!- volvió a decir la Tía Romina estirando el candelabro y preparándose para morir degollada...
- Ríspido... Ríspido Morán... me recuerdas?- Dijo entonces la voz fantasma
- Hijo de tu madre!, con que derecho te metes en mi casa, en mi habitación , en mi No navidad y de paso casi me matas de un susto?...largo! ahora vienes 40 años después? - dijo la Tía a punto de romper en gritos....
- 38 que no le aumentes, 38 y pido perdón por no avisar mi visita pero apenas me soltaron, justamente por ser navidad-
- Te soltaron los demonios mal nacido, largo de mi casa que si no te largas ahora mismo te voy a dar tu navidad ...-
apenas dijo la tía para caminar en dirección a la sombra parlante...
- Me apresaron los de izquierda, la misma noche de la navidad que fuiste mía y no pude avisarte nada, apenas si sobreviví sepa Dios donde y esta mañana me soltaron, así que aquí me tienes, como aquella navidad si mas que mi estrella de cinco picos y mi hambre de tenerte...-
- No tienes perdón alguno, Ríspido, no lo tienes....-
Dijo la tía mojando un paño de infusión de anís y colocándoselo en la entrepierna...
- No vengo por perdón alguno Romina, vengo por pagar mi deuda contigo, que de cargarla en vilo me ha dejado la espalda en añicos...-
- Tu no me debes nada, ni yo te debo un palmo, Ríspido, la navidad no existe, ni existe la estrella de cinco picos, ni tus promesas forasteras,...yo no tengo mas navidad que la que te llevaste cuando te fuiste...asi que vuelvete a tu muerte y dejame en paz-
- A eso he venido, tonta, a devolverte tu navidad, a devolverte el deseo que me diste y que me cargué cuando me llevaron... a traerte la estrella de los cinco picos para que te adornes la frente.. y también a....-
- No quiero de ti nada, largo!, he dicho que no quiero nada...que ya la navidad pasó y ahora ya estoy vieja para calmar tus hambres... largo..-
dijo la tía cambiando la compresa para ponérsela en el pecho...y secarse las lagrimas..
La sombra caminó por el filo de las paredes hasta perderse en la oscuridad que la vela consumía, se dejó rozar por las ansias de la tía que temblaba de la gastritis y las flatulencias agolpadas, se dejó sentir por las ansias postergadas y con magistral astucia paseó por aquel cuerpo que se permitió recorrer como quien recibe a un habitante eterno...cual remedio milagroso, ungió el cuerpo tibio y consagrado de la Tía Romina y se evaporó a la tercera embestida, justo al tiempo de picarle el ojo derecho e hincarle un diente en el pezón contrario...
Dejándola sumida en un placentero sueño sanador...
A la mañana siguiente, justo del 25 de diciembre, la Tia Romina despertó al tercer canto del gallo morocho, se enfundó en un traje color malva y nos recibió en su tradicional recalentado con un abrazo con aroma a anís e hinojo y un cuento de Navidad extraño, como sobremesa.
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viernes, diciembre 8

Matiana...

Botero

Matiana era redonda por todos lados, tenía un mundo de carnes cubriendo su esqueleto y una cabellera ensortijada enmarcando su rostro solar.

Pasaba largas horas sentada en el pórtico de su casa acompañada únicamente de una veintena de jaulas con canarios amarillos, un telar que siempre estaba en la misma línea y un montón de recuerdos que se comía en silencio, mientras hacía que tejía, hacía que miraba, hacía que vivía, pero a Matiana se le había ido la vida comiéndosela a puños, dejándose en el vientre los recuerdos sin digerir y dejando el postre para el ultimo día de su vida.

Para cada día, Matiana tenía un bocadillo que masticar y en el silencio de las tardes que eran sólo de ella, se hartaba de probar por pedacitos cada recuerdo vivido hasta encontrar el que mejor se acoplara a su ánimo, entonces, se llenaba de gula, se acomodaba el telar sobre el vientre y se abandonaba absorta a degustar sus manjares…

Rómulo Pizarro, le había escrito una vida entera, siendo ella ya redonda, le había dedicado su monumental figura para deleite de sus antojos, así que, siempre en cada bocado estaba él escondidito, con su bigote fantoche, mirándola desde el infierno y sonriéndole con caprichos.

También tenía de bocado a Sócrates Peña, que por tener nombre de artista se sentía de alcurnia, pero no, Matiana sabía que lo único que él hacía con arte, era desabrocharle las ropas sin rozarle las carnes, para después sembrarle palabras cursis por toda ella hasta quedarse dormido sin consumar poesía alguna, por lo que a Matiana se le desparramaban las risas y a Sócrates le fallecía el apellido.
De tarde en tarde recurría a Silvano Barrientos, que de dos bocados se lo devoraba en un acto de soberbia y vergüenza, por que a Silvano las manos grandes no le servían de nada más que no fuera soplarse los calores y las ganas, mientras que del resto del cuerpo apenas si había un resoplo de lo que se le llama sexo.

Para los domingos estaba Diógenes Vera, por el que Matiana dejó de apagar las luces cuando se desnudaba y con quien aprendió que la lengua no sólo sirve para el helado de limón, con él aprendió también a amarse redonda y a darse entera sin pudor prestado.

Pocas veces probaba los recuerdos de Erasmo Roca, y es que con él la vida se le fue en dos días, suficientes para sentirse nacer uno para el otro y morir uno encima del otro con un adiós solemne y un gracias, que la hizo sentir la puta mejor pagada de sus tiempos redondos, sin embargo, siempre supo que el descuido de Erasmo de dejar el bombín de fieltro sobre el sofá, era una herencia que había de valuarse en los tiempos de hambre.

Y así, Matiana pasaba de tarde en tarde dejándose crecer las carnes con tanto recuerdo, a veces llorando un poco para tragar bocado y otras con sonrisa larga para disimular hastío, lo cierto es que cuando sentía urgencia por algo dulce, se repetía a si misma que no era momento para abandonarse a la muerte y cambiaba de antojo para alargarse redonda.

Fue una tarde con olor a jengibre que Matiana supo que sería la última, se sentó en su mecedora de mimbre a hilar en su telar de siempre y recurrió a sus redondas ansias mientras rezaba maldiciones, masticó despacio los aperitivos calientes y guardó el postre para su redonda muerte.

- Pero si una puta tarde como esta he de morirme redonda, con las carnes desparramadas como los amores probados, tú, Rómulo Pizarro que te he guardado hasta éste día, dónde es que dejaste escondido el aceite que me ponías, por el que resbalaba tu carne por donde la mía y después te hundías, para perderte en mis acogidas,¿Dónde es que el jengibre me ponías?, que de ardores y risas la noche nos consumía, ¿dónde es que estás hijo de tu madre ahora sin vida?, que no me quiero morir, sin antes volver a envolver tu risa con la carne mía y a sentir tu aliento, donde el jengibre ardía.-

Un solo suspiro Matiana tuvo para cerrar los ojos, tragándose los recuerdos todos al mismo tiempo, golosa de su postre por el que esperó un pedazo de vida, se relamió satisfecha hasta quedar redonda sobre si misma. Dicen los que la vieron ese ultimo día que Matiana tenía el semblante de niña, el vientre desinflado y una sonrisa inmensamente
redonda, como su vida.
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viernes, noviembre 17

Celeste...


Debajo de aquellos esquemas sociales que la vida supone, Celeste sorteaba cada embiste de lo cotidiano con malévola inocencia…
Irradiando siempre una dulzura diabólica, una ternura eléctrica y la mirada siniestramente diamantada, iba sorteando de sonrisa en sonrisa embrujos y amores…
Poco le importaba el tiempo habitado en cada conquista, bebía de su amante lo esencialmente nutritivo y cuando éste se quedaba enclenque de tanto darse, daba certeros finiquitos y se esfumaba tras las gotas del coco channel que cargaba siempre en su bolso y las medias de seda negra que usaba únicamente en las despedidas dejándolas como única herencia al amante abandonado como un recuerdo consabido del amor fugazmente vivido.
No había más duelo que la noche siguiente, en el que por respeto al amor difunto Celeste lloraba sin descanso entregando todo aquello que hubiese quedado pendiente… se revolcaba entre las sábanas blanquísimas de su estrecho lecho compartido y se masturbaba con el recuerdo del adiós mortífero, esperando el amanecer hinchada de sosiego y repleta de placeres húmedos…
Llevaba todo un tiempo que vivía en aquella doble vida que nadie imaginaba, puesto que Celeste no tenía más vida que la que los ojos de sus cercanos conocían…
Dama intachable, madre abnegada, esposa obediente y mujer a medias…
Vestida de elegancia se transformaba en los atardeceres de urgencia, sin que los ojos cercanos la reconocieran ni extrañaran… sus ausencias eran tan efímeras que era imposible imaginar que le bastaran segundos de cualquier día para cederse en una eternidad majestuosa y eterna…dejando en cada amor una anemia crónica de deseos y llevándose ella todo el candor y proteínas necesarias para su radiante figura.
Por las noches, mientras el amor en turno mantuviera vida, ella se dejaba arrullar por el aroma inconfundible de las entregas clandestinas, se condenaba entre sueños al infierno de sus ligerezas y se proponía indulgencias de servicio marital para no tener los pecados en serie…
Su esposo, la veneraba por santa, por sabia en las artes del amor y entre muchas proezas más, por que no había nada más sensual que el aroma que de vez en cuando dejaba Celeste sobre las sábanas después de los encuentros que los esposos tienen de aquel coco channel que él mismo le había regalado en la noche de bodas y que ella usaba sólo en ocasiones especiales.
Para Celeste el pecado no era amar en clandestinos instantes, ni siquiera frotarse con lavanda y gotas de limón dulce la entre pierna después de haber enterrado a un amor amante, su pecado era, no guardar luto riguroso a los besos y a las caricias.
Así Celeste cumplió los 40 años, radiante como una quinceañera, alegre como una adolescente, exquisita como una anciana cortesana y contrariada como una mujer contemporánea…
Hasta que llegó aquel viernes en que ella debía despedirse del amante de otoño, y no por que le hubiera agotado todas las reservas de vida, sino por que Celeste estaba comenzando a experimentar una dependencia mezquina y una irremediable necesidad de permanecer a su lado pasados los segundos estrictamente conferidos a su dedicada vocación.
Así que antes del ritual conocido, lloró durante dos noches antes del adiós, se masturbó pero sin recuerdos, más bien con aquellos instantes aún no vividos, despertó hinchada pero sin regocijos ni placeres…. Se bañó 15 minutos más de lo habitual, eligió un atuendo sencillo y color tristeza, se maquillo únicamente las pestañas y se deslizó las medias de seda con temblores y torpeza, se perfumó el cuello con tres gotas de coco channel que resbalaron por sus hombros y sus senos como lagrimas lloronas… y recogió su largo cabello castaño con un cinto de flores como único disfraz a su luto.
Alistó su mañana de deberes con absoluta abnegación, besó a los niños antes de ir a la escuela con un candor diferente, acompañó al marido al auto y le regaló una sonrisa de noche de bodas, se fumó un cigarro con un café amargo y dio mordiscos a un trozo de pan añejo que se le atoraba en la garganta….

Se repitió una y más veces aquellas consignas que la mantenían tan inmaculada y se convenció sin más remilgos a decir adiós y vivir el luto reglamentado.
Tomó la ruta que los últimos 275 días había hecho para saciar sus hambres y no levantó la vista hasta estar frente al número 6 de la única casa dónde se había sentido realmente terrenal.
Tocó tres veces a la puerta y apretó los puños en señal de valor.
La puerta se abrió y el ambiente se transformó en primavera, aquel amante distinto a saber por qué, la recibió sorprendido, no era miércoles por la mañana, ni jueves por la tarde, ni sábado por el medio día, ni día feriado, era viernes, y los viernes son para otras sorpresas…
Celeste atravesó la pequeña sala y se dejó abrazar en silencio y con sonrisas, dio un saludo lúgubre para quitarse los zapatos y dejarse caer en el sillón preferido….
El amante entonces, la llenó de palabras cotidianas, de absurdos divertidos, de caricias espontáneas y simplezas que relajan, la besó arrebatadamente y le quitó la ropa rozándola con tibieza….Celeste se dejó querer sin pronunciar palabra alguna, fue escribiendo un testamento de gemidos y fue sellando la despedida con lagrimas en la entrepierna…
- cuanto tiempo nos queda?- interrumpió el amante en el retozo…
- poco, casi nada- dijo Celeste sin abrir los ojos…
- me gusta tenerte en viernes- dijo el besándole los ojos…
- a mi me gustaría tenerte siempre…- dijo ella abriendo los ojos…

Volvieron a darse entre besos y caricias…
Volvieron a amarse entre susurros y prisas….

- Es hora, debo irme- dijo Celeste rompiendo las reglas de las no despedidas…
- Cuando vuelves?- dijo él ayudándola a vestir…
- No sé, quizá el jueves- dijo ella mirándole ya viuda…
- Mejor mañana- dijo él deslizándole las medias…
- Las medias no….- dijo ella estrujándolas en el puño…
- Me las quedo yo?- bromeó descuidado…
- Quédatelas tu- dijo Celeste lista para enterrarlo vivo…

Le dio el último beso en los labios y salió de la casa temblando de reproches mustios…

Por la noche Celeste cumplió su penitencia, se dio al esposo entera, dejando sobre las sábanas blanquísimas el aroma de las despedidas que a ella le alargaban la vida y al esposo junto con aquellos amantes eternos, les consumía…..

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miércoles, octubre 18

Carmela...


Comenzó a dormir siestas largas que se prolongaban hasta el otro día y comía cada vez que sentía hambre sin importarle el oficio familiar.
Cuando Carmela se dio cuenta que su matrimonio estaba por desmoronarse se vistió de luto y dejó de usar perfume, abandono sus tardes de café con las amigas de toda la vida y cambió sus clases de deshilado por la hora santa de cada jueves, se aprendió el rosario, el misal, todos los salmos cantados y el catálogo de penitencias primarias.

Comenzó a despedazarse los recuerdos, considerando que sería más fácil prepararse lúcida y no tragarse lo inevitable a fuerzas para sufrir igual, repasaba antes de cada siesta, los instantes mas lindos vividos en pareja.

La primera vez que se besaron a escondidas, la ocasión en que Rogelio la hizo suya por primera vez con dos dedos de su mano derecha, las tres veces que llegó a su casa sin calzones, los mordiscos en la entrepierna, los moretes en los senos, las risas largas por cualquier simpleza, el primer retraso menstrual, las noches abrazados, las lagrimas compartidas, los paseos en silencio, los ayeres completitos…

Pero cada vez que ella buscaba recuerdos de entrega ninguno le parecía suficiente como para llorarle al muerto, todas y cada una de las ocasiones íntimas habían estado llenas de pudores y arrepentimientos.

Una tarde en que la hora santa se prolongó hasta la noche, Carmela caminó despacio hasta su casa, repasando en la mente aquellos antojos dormidos que no cumpliría jamás y riéndose por primera vez de si misma por no atreverse nunca a disfrutarse mujer…

Entró al bar que siempre había estado en la misma esquina, dónde la luz tenue parecía una invitación al reposo y al abandono, el olor a humedad, a tabaco y lamentos le revolvieron el estómago y el duelo apaciguado se arremolinó en ráfagas de ironías…

Tomó la mesa que estaba junto a una pequeña barra desvencijada, tan añeja como sus postergaciones y tan olvidada como sus inercias, pidió una cerveza helada y la tomó como si de una purga se tratara, con los ojos cerrados y los dientes destemplados…

Pidió otra y le supo mejor, la disfrutó con calma y disfrutó la amarga levadura inflarle los intestinos, después, perdió la cuenta de las cervezas cuando los ojos se le ponían verdes y la boca carmesí…

Un hombre la miraba en el reflejo del ventanal salpicado de secretos, la disfrutaba en esa transformación obscena que le daba cierto aire de fatalidad y glamour, la desvistió con los ojos y le sonrío invitándole la siguiente cerveza…Carmela que entonces se comenzaba a sentir contenta, aceptó la compañía y se bebió la cerveza dejándose coquetear…

Era un hombre de maneras torpes, manos curtidas y mirada de anciano, viudo igual que el marido de Carmela, con una cama compartida a deshoras y un sexo agonizante…

Las cervezas fueron el pretexto perfecto, el ambiente la celestina oportuna, la soltura del deseo se dejó aparear con cada mirada indecente y fue la lengua de Carmela quien abrió la puerta de lo que sería su festín…

No hubo preámbulo de besos, ni caricias largas que prepararan los cuerpos, tampoco hubo música suave ni una cama lívida y limpia para reposar los arrepentimientos…Fue un baúl desvencijado repleto de polilla y los instintos natos los que detuvieron el tiempo e indultaron las excusas…

Él apenas entró al oscuro recoveco esquinado del mismo sitio, que tomó a Carmela por el pelo, le arrancó el cinto que lucía en su cabellera y le ató las manos hacia atrás mientras le respiraba la nuca, Carmela confundida por los instantes y la levadura haciéndole burbujas en la vejiga se mantuvo quieta concentrada en no orinarse.

- Y si llega alguien?- dijo Carmela intentando ser cortés.
- Abre las piernas- le respondió él apretando los dientes.
- Y si mejor después?- replico Carmela.
- Y si mejor ahora?- dijo él trabucándola en el baúl que rechinaba.

No hubo tiempo de más dialogo pues a Carmela se le atragantó el espasmo en el esfínter… Antonio en cuestión de 10 minutos la embistió por la espalda y la cabalgó hasta llenarle las entrañas… Carmela lloraba, pero no de espanto, sino de haberse orinado encima de sus zapatos de la hora santa.

Él se levanto en silencio, la ayudó a ponerse de pié y le devolvió el cordón a su cabello alisándole el cabello con la yema de los dedos, entonces fue que le beso la boca y le mordió las preguntas…

Carmela salió del lugar con las piernas temblorosas y el reflejo del orgasmo aún sacudiéndole las penitencias futuras…

Llegó a casa con un solo arrepentimiento.
No haberse quitado los zapatos.
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miércoles, septiembre 13

Felícitas...


Conocía a todos los hombres del pueblo, y todos decían conocerla más, desde el carpintero que le hacía cama de aserrín, hasta el doctor que la acariciaba con su bata almidonada, de amores tenía un almacén, un puesto en el mercado, una botica con olor a alcanfor, un kiosco con nieves de frutas, una escuelita con un asta para arriar la bandera y dos repartidores de leche con horarios distintos , tenía un armario donde guardaba sensaciones estibadas de acuerdo a la ocasión y remedios prestos para cualquier malestar, no había noche que no usara el cuerpo para remediar males ajenos ni mañanas que no despertara con la urgencia de sanar.

Felicitas Cantero tenía la cara de virgen nómada, las manos largas y la lengua de gata siamés.
Desnuda se parecía a la luna, vestida también.

Pero no era ese candor lo que le daba la gracia, sino la cintura estrecha en la que reposaban dos cumbres redondas y alineadas, de la que nacía una cadera cilíndrica y cantarina, ella lo sabía, ellos también, que eran los que más recurrían a imaginar su silueta en las noches de deseos viudos.

Hasta entonces, Felicitas llevaba la sanación en su cuerpo, no tenía más que desnudarse despacio, soltarse el cabello y agitarlo en remolinos, pasearse con su lengua de gata por las dolencias y extirparles el mal con sudores y calambres hasta dejar al enfermo agonizando en saludable resurrección.

Hasta que llegó el forastero, que se instaló en la casa de los anturios blancos y no dio señales de enfermarse ni siquiera de aburrimiento.

Pasaron los días y Felicitas preparaba a diario un remedio para aquel desconocido, no quería que la tomara por sorpresa el mal inevitable y tuviera que improvisar con sales del mar muerto una cura ficticia, pero ese día no llegó y Felicitas comenzó a enfermarse de espera, su convicción de santa puta no podía estar completa, así que envuelta en dolores se dormía y amanecía peor, con los remedios volteados y la entrepierna seca de preocupación.

Calixto Perea, era un mediocre sabio, tenía una boca de pajarito y los ojos redondos casi uno encima del otro, su mentón estaba partido por una línea de barba despeinada y sus manos parecían tener un color de querubín.

Felicitas, era la única en el pueblo que sabía curar los males viriles, la única que las otras mujeres respetaban por ser bendita, por devolverles al marido sanado, al amante experimentado, al adolescente hecho hombre y a los ancianos con los aceites de la indulgencia para una muerte serena, se le quería en secreto, prohibidamente, se le respetaba por que sí, y si alguna mujer se llenaba de celos, Felicitas simplemente no volvía a sanar al marido o amante y éste irremediablemente moría de sinrazón.

Pero Calixto, nunca se enfermó, y a Felicitas se le acababa la espera, se le agotaban los remedios, se le consumía el arte de improvisar conjuros y comenzó a secarse como una uva verde, los senos que antes eran redondísimos se le volvieron alargados y caídos, las caderas se le escurrieron hacia abajo y la lengua se le encogió.

Una tarde, se presentó en casa de Calixto Perea con todos sus remedios en frascos de colores, pensaba que quizá él no sabía de sus artes y por eso no la había solicitado antes, segura de que alguna dolencia debía tener y dispuesta entonces a sanarlo como sólo ella sabía hacerlo.

Calixto la recibió con una elegancia siniestra, la miró entera sin siquiera mover los ojos, y la hizo pasar a la salita de bambú que tenía en el amplio corredor, se sentó frente a ella y no pronunció palabra alguna, simplemente la miró, Felicitas que tenía un ritual aprendido para sus maneras preguntó:

- ¿Que le duele al señor?-

Y Calixto quedó en silencio, mirándola como un sordo y acariciándola como un ciego…

Ella volvió a preguntar
- Donde es que le duele al Señor?-

Y al no recibir respuesta nuevamente, se apresuró a desnudarse entera para identificar dónde se erguía la dolencia y dónde había que sanar…

Pero no, a Calixto Perea no le dolió la querencia, tampoco se le anunció malestar alguno, siguió impávido mirando el cuerpo escurrido de Felicitas que palidecía de un dolor prestado.

- Es a ti a la que le duele algo – Dijo Calixto poniendo su mano caliente en el cuello de Felicitas para zarandearla como felpudo de hospital. Despeinada y desorbitada sintió como las dolencias de tanto mal ajeno se le venían de un solo golpe hacia el esternón, provocándole un absceso de quejumbres y aromas rancios que la obligaron a eructar.

Paso seguido y con la lengua aún trabada comenzó a llorar, Mientras Calixto la ponía sobre sus piernas como si de una niña malcriada se tratara y comenzó a darle nalgadas alternadas que le pusieron las mejillas rojas y los ojos al revés. Del trasero ni se diga, parecían dunas del Sahara a media tarde de un invierno inexistente.

A cada nalgada, Felicitas sentía una caricia distinta, un hormigueo africano recorrerle la espina dorsal y mordiscos de serpiente silvestre en la entrepierna curandera. Con cada caricia estruendosa sentía sanarse de males arrendados, sentía librarse de auto maldiciones, sentía recuperar la salud alquilada de cada enfermo casual y honorario.

Sin apenas recuperarse, Calixto la puso de pie, le secó las lágrimas y sin siquiera tomarla en cuenta la recetó.

- Ponga compresas de agua con sal. Venga mañana, su mal es mortal,habrá que lavarle las tripas, enderezarle los senos, desinfectarle el corazón....

Felicitas salió de casa de Calixto Perea con sus frasquitos de colores sin usar, las caderas redondas en el mismo sitio que cuando tenía veinte años y el sexo moribundo intacto.

Se enfermó todos los días a partir de entonces. Olvidándose de sus remedios para siempre, de los enfermos casuales de cada noche, de la querencia ajena y de su vocación de a mentiras.

Se jubiló de Puta y se estrenó de amante.

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domingo, julio 30

Perpleja...

Imagen:Francisco Laso.

Perpleja Ruiz nació una tarde de otoño lastimero, entre la oscuridad azul del cuarto destartalado, donde su madre escondida de todas sus culpas se puso en cuclillas para pujar sin respiro y expulsar de una sola vez todos sus pecados…
Había de ser así, con el único resoplo de candor con que había recibido la noticia de su embarazo clandestino, durante el cual apenas los senos hicieron el anuncio de la naturaleza, mientras que, el vientre le creció hacía el corazón…y las nauseas hacia el esfínter…

Perpleja Ruiz no debía ser más bella que la madre, apenas un destello del brillo de sus pequeños ojos, apenas un halo de su sonrisa de zorra dorada, apenas un poco más de su cadera danzarina… y un ombligo redondo y profundo que no tenía historia en los antepasados de nadie…

A Cástula Ruiz no le alcanzaba el recuerdo para desgranar de dos en dos las sentencias de aquellos ojos de vampiro desplumado del hombre que con prisa y torpeza le había sembrado en el vientre la semilla de la descendencia… todas las noches que aquellos senos se desparramaban por sus extremos, ella maldecía la mala hora en que abrió de par en par las puertas de su intimidad y lujuria, para después, con lagrimas abundantes acunar en la punta de su lengua todas las nanas inéditas que el mundo nunca habría de escuchar...

- Te has de pudrir en los antojos, cabrón- Decía antes del amén.

Sabia hasta las pestañas y simple hasta las uñas, a Cástula se le iba la vida en guardar un centavo diario de los que ganaba lavando las ropas de las mujeres de alcurnia, donde había que restregar con celestial confidencia, los algodones sangrantes, los flujos pestilentes, los residuos de noches obligadas y el agrio sabor de la complacencia marital, con el único fin claro de hacer de su pequeña Perpleja una mujer casi idéntica a la mismísima Virgen del Socorro…con todo y sus milagros.

Todas las mañanas, Cástula enrollaba tras su espalda a su pequeña hija, dejando únicamente al viento los pequeños ojos saltones que desde entonces establecieron una intima amistad con el cielo y sus resplandores… mientras su madre fregaba las culpas y los excesos, Perpleja crecía en un cajón de madera apolillada, forrado de retazos de lienzos blanquísimos y perfumados con hojas de albahaca, fue creciendo y fue rompiendo el cajón en el que sus carnes fueron excesivas, durante el tiempo tal , Cástula mientras fregaba, narraba historias de amor a su pequeña y malograba finales con lágrimas rastreras.

Perpleja de tanto oír, aprendió a hablar y de tanto hablar aprendió a llorar y de tanto llorar, aprendió a sentir.

Cuando cruzó la infancia, una mañana de un mismo otoño lánguido y tristón, Perpleja despertó con los senos desbordados, el pubis regordete y ensortijado, los ojos de hiena triste y la libido de un águila en pleno vuelo perfumándole los respiros.

Nunca había imaginado los despertares solitarios añorando apretones, nunca había sentido siquiera cosquillas en los dientes, sino hasta aquella mañana febril en que su madre, ya encorvada y muda de recuerdos, alistó su jabón de hierbas dulces para la obligada tanda de refriego pestilente, ella, seguía acompañándola en sus costumbres, ahora, ayudándola en casi todo, mientras Perpleja tallaba hasta sangrarse los dedos, Cástula revisaba con ojo de cuervo que no quedara un solo rayón de indecencia, seguían su tránsito de casa en casa, hasta el atardecer…
Esa misma mañana, Perpleja talló los algodones con una sensación distinta, los senos se le escurrían por entre las mantas, se golpeaban uno al otro con danzas indecentes, los pezones se le encendían y le mordían los antojos, el pubis se le hinchaba y una punzada se le clavaba en el ombligo hasta hacerla detenerse y recuperarse.

Talló como nunca en su vida, esperando aquella punzada brotarle del centro de su cuerpo para sentir una estela de vapor cocinarle las costillas.

Los días siguientes, fueron peores, era inclinar el cuerpo, y comenzar a sentir aquel hormigueo salirle de las orejas, clavársele en la mandíbula, la lengua, los dientes, la garganta, el cuello, los senos, pasarse derecho hasta el pubis, morderle los muslos, las rodillas, los tobillos llegar a la punta de los pies y dispararse directo al perfecto ombligo que se le hinchaba para explotar.

Cástula comenzó a empeorar, su artritis mortal la estaba consumiendo, apenas si tenía fuerzas para bajarse los calzones, así que Perpleja, dueña de una herencia lúdica, tomó a cargo las responsabilidades de la madre con todo y el centavo diario para el futuro de ella misma.

Una mañana primaveral, Perpleja asumió por una buena vez, la potestad del futuro, dejó a su madre recostada entre algodones y partió con el jabón de hierbas dulces al recorrido de años, contenta, por que el pago mas irrevocable a esas tareas de asco y vomito, lo daba el mordisco que de su ombligo soltaba dejándole una sensación de carnaval propio.

Una mañana tempranera de abril sediento, llegó a casa de Modesta Núñez, tomó del estanque las dos cubetas de agua de manantial que habría de ocupar para sus labores, y fue inclinar el cuerpo que inició la condena que había de turbarle los sentidos. Frente a ella, estaba un hombre que olía a sándalo, con ojos de lince y el sexo por delante, la miraba, como se miran los capullos apunto de abrirse, como se mira un arco iris que nace y se esfuma, como se mira al sol con los ojos retadores. Perpleja mantuvo la mirada en alto, la sonrisa oculta y los senos dispuestos, apenas si logró recuperar uno de los baldes de agua que no se desparramaron del susto, sin bajar la mirada, volvió a llenar el cubo de agua y se abrió camino, pasando junto al animal en acecho que le lanzó una ráfaga de deseo perdulario.

Talló, de forma distinta, con aquellos ojos de lince escudriñándole el trasero, con el ombligo ausente y los deseos arrebolados gastándose como el jabón, talló con descuido y sin fuerzas, con la prisa de la cortesana por el anuncio de la mañana, con el hambre del jornalero y la sed del pecador… talló sin que le sangraran los dedos, sin que los senos se le despertaran, sin que el pubis se le hinchara.

Cuando hubo juntado los lienzos tallados, apenas si con un blanco de a mentiras, Perpleja caminó hacia el traspatio, donde entre los maizales, había de poner al sol a terminar de blanquear lo que sus fuerzas le habían negado…
Apenas si alcanzó a ponerse de puntas para alcanzar el alambre, cuando sintió atravesarle la espalda la voz de un Dios sin honra.

Se le acercó tanto, que aquellos senos que se desbordaban libertinos se redujeron a un solo montoncillo de carne arrugada, le habló tan cerca, que su ombligo se escondió atrás de sus rodillas, la turbó tanto, que se dejó atrapar por aquellas manos que le dibujaron un cuerpo nuevo y cerró los ojos para buscarse los años.
Con un magistral movimiento la puso de bruces, le alzó el faldón de algodón liso y le tapó la boca con una mano que olía a tabaco de vainilla, mientras le cantaba al oído con voz de Tenor tísico y a capela…

- morena mía, morena mía, ábrete de piernas que yo soy tu jabón…

Perpleja tal cual se quedó, hipnotizada por aquel aroma a tabaco somnífero y encontrando a su ombligo canturreándole con acento infantil.
Cerró un ojo para no ver y dejó abierto el otro para no perderse en el camino, abrió las piernas y se masticó la lengua.
El Tenor tísico siguió cantando…

- Talla, talla, morena mía, tállate las ganas, abre más las piernas, y mueve el cucu mientras te lavas con mi jabón….

Perpleja tomó la punta de su falda y comenzó a tallar con las fuerzas que había guardado, al tiempo que sus senos se desparramaron haciéndose uno, el sexo le despertó contento, su ombligo se sacudió a carcajadas y sus caderas se hacían remolino y huracán.

Mientras Lauro Melquíades, seguía improvisando sus cantos herejes, Perpleja fue entonando un coro celestial sin resoplos…

- Así morena mía, así….deja que mi manantial de agua te refresque las cavernas- cantaba él.

Y ella respondía en los breves silencios con un ronco y rítmico…
- Ah, ah, aaaayyyy, aahh, aaahh, aaaayyyy-…

Se dejó tallar como ella lo hace con los algodones indecentes y se dejó secar tendida al sol con las piernas abiertas y la garganta cansada.

Volvió todos los días a casa de los Núñez, dejándose frotar hasta sangrarse, hasta el último invierno en que su madre respiró y a ella le comenzaron a crecer los senos hasta la garganta, el vientre hacia el corazón y la sentencia de repetir la historia tallando algodones indecentes y ajenos, con la diferencia de que Lauro Melquíades, contribuyó al centavo diario y a tener listo el jabón de carnes dulces para lavarla y tallarla de bruces y cantarle.
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martes, junio 20

Lía...

Tu eres la mujer que más amo en mi vida...
Había dicho él....


Y en esa frase se envolvieron
todos aquellos años de amor clandestino
para volar ...
y quizá..
nunca más retornar...


Cuando Lía se miró a si misma recubierta de añejos deseos y besos postergados comprendió que el amor no tenía mas habitación en su corazón...bajo un manto de añoranzas revueltas reconoció una vida que tras aquel espejo se despabilaba con frenesí y pasión... una vida calladita que vertía entre sábanas alquiladas un mundo conquistado por caricias sobre besos, con nombre y reino propio...

Fue un lunes cualquiera cuando siguiendo un ritual cotidiano se topó con aquella voz que le cambió el mundo, que le abrió un libro en blanco y le prestó la punta de su lengua para escribir en idioma gutural una historia para ser contada....

De sobre todos los hubiera el mas llevado fue el atreverse...el reto constante de batirse en duelo contra las normas sublimes que dictan las buenas costumbres, los principios sin caducar y el pecado implícito en cada mirada, cada roce, cada beso.... cada entrega....

Y no habría sido un tiempo con horario establecido, de no ser por que el día sólo tiene 24 horas, la semana siete días, el mes según su capricho 28, 30 y 31 mañanas con sus noches y el año 365 días, para encontrarse....y también para despedirse....

De no haber sido porque aquella voz tenía un cuerpo, con una boca que besaba con maestría, unos ojos que recitaban poesía, una espalda que parecía un lienzo de Da Vinci, una manos que se hacían cuna, y unas piernas para enroscarse en ellas con temperatura automática, que seguramente el protocolo de las buenas costumbres no habría dado como dardo en la virtuosa vida que Lía estructuraba entre remansos y obligaciones...dignificándose.

Pudo haber sido cualquiera el que rompiera con esa paz añeja y simple, pero no cualquiera el que se colara más allá de lo que el corazón sabio permite en cuestión de afectos, no cualquiera habría podido saltar aquella muralla de compromisos y estigmas.. no cualquiera... tenía que ser él.

Y a él, la vida le sonreía con coqueteo indecente, con aquella libertad que se compra en cada esquina y con aquella sonrisa capaz de sobornar cualquier infracción...

Los besos vinieron solos, por asalto y en trifulca...a veces por instinto, a veces por deseo... a veces por que si.. en cambio las caricias, siempre pedían audiencia, esperaban inquietas que se abriera la puerta del permiso para salir en fuga tras de si como una ráfaga de insultos a la moral... las miradas siempre fueron menos protocolarias, se anunciaban arrogantes para pedir y exigir ser correspondidas, atendidas y comprometidas... y por no saber mentir, esas, las miradas fueron el perdón y la sentencia.

Pero los cuerpos, aquellos castillos con territorios fértiles, se entregaban sin tregua y sin remilgo, se enredaban con insulto y con desdén, se reconocían y desconocían según su antojo y se pertenecían sin decirlo....por pura y simple humanidad. y fueron los mismos cuerpos que se habitaron por deseo, por arrojo de amarse a través de los indebidos, por el hambre de saciarse, por el miedo a los arrepentimientos, por el gusto de probarse, por la consigna del destino, por que se reconocieron y no... y por que una noche se sintieron tan propios y tan suyos, que se bautizaron mutuos para confundirse uno con el otro...

Y fue el tiempo el que arrastró la aventura... un año siguió al otro, de dos en dos, hasta llegar a seis y seis también fueron las despedidas de utilería, seguidos de reconciliaciones furtivas, también seis las ocasiones de olvidos y seis los meses que abundaron las lagrimas, seis otra vez los orgasmos obligados y nuevamente seis los últimos minutos que duró el adiós....seis veces seis.

Y cuando no hubo más tiempo para robarle a los principios perdones, y cuando no hubo mas pretexto que las ganas, y cuando no hubo más amor que vestir de estreno, se vino encima de ambos cuerpos el mar de reclamos y antojos agrios, los besos ausentes y las caricias torpes, las miradas aprendidas de mentiras, los encuentros obligados sin lengua ni pincel...y los 365 días multiplicados por nuevamente seis, cayeron de un solo golpe sobre ellos...sin matarlos, pero si dejándolos mal heridos...

Nuevamente el hubiera se recostó sobre ellos, nuevamente el atreverse lo único que cuenta, nuevamente un Lunes el que los sentencia... para un Adiós...

Y se dieron vuelta dejando atrás la última página en blanco de aquel libro que anunciaba un réquiem...y tras de ellos... un hubiera temblando.... y un Te amo, agonizando.



Te amo hasta que se acaben los Lunes...
Había dicho ella.
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martes, abril 25

Regina


REGINA...
Cuando Regina nació las estrellas se encontraban de fiesta, así que fue dotada por todas las gracias suntuosas que cualquiera hubiera podido desear... un rostro ingenuo acompañado de una sonrisa turquesa, ojos color avellana que bien podían parecer un lago al atardecer, un olfato delicado, tez dorada como los trigales de cualquier estampa y un cuerpo curvilíneo lleno de ritmo y cadencia...
cuando salió de entre las piernas de su madre, que se desgarraba en gritos y pujidos, Regina recibió el primer impacto del mundo con un gemido en vez de un llanto agudo y ensordecedor...
Pascuala, la partera del pueblo, se puso de rodillas e invocó a todos los santos conocidos y desconocidos...metió de bruces a ese pequeño pedazo de piel gris en una cubeta de agua tibia y la enjuagó con agua bendita rezando horrorizada...
La madre de Regina se incorporó del susto, arrebató a su pedazo de carne de las histerias de Pascuala, le secó el rostro amoratado, le peinó la pelusa dorada, la secó con sus besos y la apretó contra su pecho mirándole extasiada la lengua hambrienta buscando comida.
Regina encontró el pezón a punto de turrón, succionó experimentada hasta abrir los ojos para mirar a su madre, quien al encontrarse con ese pedazo de luz le besó la frente, conjurándole las gracias faltantes...
Dadas las ideologías, Regina fue alimentada con leche materna hasta que el pezón fue insuficiente en su boca, hasta que prefirió chupar un caramelo y recorrer los pasillos de su casa por su propio pie, Eva, su madre, vivía para admirar a su hija, para agradecer cada luna la existencia de su pecado indecente, sobre todo, para inventar los futuros mas ensoñadores que jamás había imaginado para ella.
Cuando Regina cumplió 15 años, besó por primera vez a Remigio, joven puberto que apenas si cantaba el abecedario completo, dueña de una boca endemoniada, Regina desvirginó a Remigio a besos...
No hubo hombre que no incluyera en sus fantasías ser pecado de esa boca.
Se desarrolló distinta a las demás adolescentes, conforme pasaban los veranos, su boca se hacía una leyenda, nunca lloró, en su caso, gimió...
No tenía amigas, su presencia estaba prohibida en todas las casas, en todas las fiestas, en todas las ferias, esa boca, era mal augurio, despertaba demonios dormidos derivando que hasta los sacerdotes ofrecieran sermones por su salvación.
Regina vivía feliz, no necesitaba amigas con quien ser paño, tenía todos los oídos masculinos a su disposición y todos los gemidos en ritmos para dar a cambio.
Virgen de la entrepierna y cortesana de los labios, Regina creció frondosa y etérea... alguna proteína no incluida en la alimentación del resto le daba además de una salud envidiable, una resonancia gutural a la hora del llanto con sonido a gemido...
Nunca se supo a cual de todos esos manjares amó mas, nunca mostró preferencia alguna, Regina amó cada sorbo y saboreó cada trozo de carne que probó, Nunca se casó con nadie, en cambio, se desposó con todos...
Toda clase de sabores conoció Regina, desde los mas simples hasta los mas sofisticados, nunca se alimentó de nada que no fuera el alimento blanco de pecados...de modo que conoció a los hombres por su sabor, determinó sus tristezas por su sazón, a cambio siempre de la melodía de gemidos que de esa boca se derramaban, en la que mas que un mal augurio.... parecía una bendición..
A Regina le envejeció el cuerpo, nunca la boca, cuando anciana y sola, la muerte la encontró repasando un banquete de fiesta, el mejor, recordó uno a uno los platillos, relamió débilmente sus sabores, evocó el plato fuerte hasta sentirlo correr por su garganta y esófago, la edad, la precaria edad tomó a Regina engolosinada con el recuerdo y los ojos desorbitados...

Fué una muerte escandalosa...
Nadie antes había muerto masticando los recuerdos y entonando un réquiem de gemidos.

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martes, marzo 21

Rosaura

Imagen: Harmony
de:Sir Frank Dicksee
ROSAURA...
Durante toda su infancia tuvo como tarea la instrucción musical, los años la moldeaban al ritmo de un pentagrama recto y cálido, sin mas luz que la entonación gutural que su entrepierna daba como un fa agudo y la sacudida final del re- mi- do...para iniciar una octava....
Durante la tarde, mientras la abuela tomaba el the en la sala contigua, Rosaura entonaba toda la escala musical bajo la batuta de Don Evaristo del Monte.
tres horas diarias, antes de que el sol de durmiera, las melodías mas dulces podían salir de aquella habitación envuelta en vitrales vicelados...
la tarde de mayo en que don Evaristo murió,
Rosaura entonó por 6 horas seguidas un requiem inédito,
dejándo que la escala diatónica sacudiera las primaveras de aquellas tardes de intrucción severa.
Hubo que esperar cierto tiempo para levantar el duelo de aquellas teclas blancas y negras, justo al tiempo que desembarcaba desde puerto místico aquel quien seguiría la instrucción de Rosaura...
Fue mirar aquel jóven de cabellos de oro y una silueta etérea que la música despertó de forma desordenada en aquel pentagráma de sol...
Entonces fue que el sol dejó de ocultarse tres horas después, ahora lo hacía apenas los corchetes se enfilaban por aquellas notas...
la habitación se tornaba semioscura, las sombras de dos cuerpos recorrían de trémulos cantares los vitrales vicelados...
el the de la abuela temblaba a ritmo de un olor a limón dulce sobre la porcelana de viena...
en la habitación contigüa, mientras que Rosaura, erguía la espalda a contorción de un ritmo desconocido, para que aquel jóven de la Isla prestada pusiera a danzar sus manos...y dos almas..

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sábado, febrero 11

Inés

Imágen: Luis Royo.

Inés...

Cuando su madre murió Inés apenas tenía la edad en que lo único que queda de los recuerdos son aromas y sensaciones, de ella, solo le había quedado la sensación de un calor insustituible y las caricias que le daba cuando le permitían cruzar el oscuro umbral en que su madre permanecía apenas con los ojos lánguidos y las manos empuñadas...
La ultima vez que burló la vigilancia de la servidumbre para entrar adonde su madre se consumía, se metió entre sus brazos y apenas si logró comprender lo que entre silbidos y resoplos su madre le decía...
- Has de vivir en plenitud de sueños...-
- si-
- Has de aprender a cuidarte de los hom....-
- si-
- Has de ser... f-e-l-i-z-......-
- si- Dijo Inés acurrucándose en aquel pecho raquítico que le silbaba moribundo...
Se quedó dormida en aquel lecho infestado de olor a sulfas y metales, mientras los brazos sin fuerza de su madre la apretaban contra sí con un aguerrido adiós eterno... Despertó entre los llantos fingidos y la revuelta de un duelo próximo y necesario, la arrancaron de aquellos brazos y de aquel aroma que le había dado apenas un calor obligado, hubo que dar tirones y aspavientos, pues los brazos de su madre se habían endurecido en torno a aquel cuerpecito; la vistieron con ropas de lana y terciopelo, le aconsejaron no molestar a su padre en los momentos venideros y la colocaron al lado de Martina, la que sería desde entonces su institutriz y la cual cuidó de no soltar su mano aún a pesar del entumido miedo de lo incomprensible.

Inés creció, pero nunca dejó de preguntarse por que la habitación de su madre, había sido desmantelada por completo, " una epidemia del demonio" decían, había atrapado el cuerpo de Felicitas, y de la cual, diariamente rogaban a los cielos no le fuera a pegar a Inés en una de esas noches de Satán...

Y cada luna redonda, Inés sentía estremecer su cuerpo y fluirle por los lagrimales híbridos de un aroma a sulfas y metal, que la llevaban a sacudir sus piernas flexionadas y a dormirse con las manos en un puño.... para despertar y convertirse en aquella Inés que sonreía como los mismísimos ángeles...

Una mañana de invierno con sol, Inés acudió al llamado de la puerta, cercana y ágil abrió el pórtico de maderos añejos y se encontró con aquel hombre de mirada verde sepia y caireles azabaches y dorados, el cual al ver la inocencia hechizada de aquella febril mujer quedó mudo de los labios y parlanchín de los instintos.... le entregó un sobre amarillo antiguo y sin palabra alguna dio media vuelta para dejar una estela con aroma a sulfas y metal que a Inés la llevaron a flexionar las piernas, dejar salir los fluidos de sus lagrimales y quedarse con los puños apretados en pleno filo de la puerta y a expensas de los ojos que se arrodillaban de miedo y augurios...

Martina cubrió a Inés con un lienzo blanco y almidonado, trató de ocultar con su cuerpo debilucho el voluptuoso cuerpo de Inés que se contraía y resplandecía....

" Tiene la epidemia del Demonio" dijeron todos al verle regresar los ojos a su orbita y el cuerpo empequeñecerle, mientras el cabello se le revoloteaba entre ráfagas de humedad y de su cuerpo se despedía un fétido aroma a delicias....

Inés guardó una cuarentena vigilada por Martina y un ejercito de ángeles vestidos de guerreros, Durmió gracias a las infusiones de valeriana y menta. Y dejó que el tiempo redondeara con filo aquellos placeres entumidos.

Ya restablecida y con un semblante nocturno, retomó su tiempo entre linos e hilazas y dejó hervir aquel infierno que le quemaba los muslos... frecuentemente había que levantarla del piso, reacomodarle las ropas y desempuñarle las manos, para tallarle el cuerpo con granos de sal y esporas del mar mudo, peinarle las pestañas con cerdas de alambre y alimentarla con hierbas que la dormían por días...
- hay que procurar que no le crezcan más los senos, que tome albaca- decía la monja puta..
- hay que evitar que sus caderas ondulen cuando camina, que tome pachuli- decía la coja del monte
- Hay que cegarle los instintos, que tome Sauco- decía la cocinera de la vida alegre
- Hay que mutilarle las bondades, que tome enebro- decía la frígida generosa

Y así, Inés, bebía los néctares sagrados para librarse de aquella epidemia de la cual su madre, habría padecido hasta morir, sin embargo, el Demonio la había tomado de rehén, cuanto mas bebía, mas frecuentes fueron las contracciones, siempre había a su paso un hombre, con sotana, sin sotana, con sombrero, sin sombrero, con ojos y sin ojos, con sonrisa y sin sonrisa, con caireles y sin caireles, que al verla quedara mudo de los labios, parlanchín de los instintos y al dar la vuelta, despidiera una estela de sulfas y metal que hacían que Inés, en pleno sermón de misa, en pleno paseo por el kiosco, en plena calle de sus días, en plena quietud celestial, la hiciera flexionar y sacudir las piernas, empuñar las manos y despedir un fétido aroma a delicia....

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viernes, enero 27

Candelaria


CANDELARIA...
A Candelaria los 20 años la tomaron con la soltería como maldición.
Portadora de senos inertes y redondos, morenos como los montes en bruto, y dueños de la burla de los amigos de sus 4 hermanos varones, que mas de 100 veces debían soportar los relatos eróticos de los amigos acerca de las eyaculaciones nocturnas sobre esas dos cumbres marquesinas...

Candelaria pasaba las mañanas de rodillas sobre el río de su pueblo, en el cual solía lavar la ropa de su familia, para de ahí caminar un buen tramo por la vereda desolada hasta llegar a su pequeña casa de asbestos, donde ayudar a su madre a preparar la comida y servir los alimentos era tarea celestial...
Candelaria poco sabía de los placeres, el mas cercano era el que le provocaba caminar con el calzón metido en su entre pierna, un ejercicio involuntario y oportuno; cuanto mas se encajaba, mas efecto producía, después, venía la sensación de haber burlado los ojos del sacerdote al pasar cada tarde a persinarse ante el santísimo y por ultimo después de todo un día de disfrutar la mordida del algodón en su sexo, desnudarse para dormir, descubrirse seca por dentro; mojada por fuera.
No conocía mas sensación que la descubierta por designio íntimo, no imaginaba siquiera lo que existía entre sus piernas; desde niña, siempre había escuchado que era pecado inspeccionar en esas zonas, condenarse a los infiernos y a la vida mundana eran penitencias temidas desde su infancia, así que a pesar de sus 20 años y su mala suerte, no tenía siquiera su boca desvirgada, dormía presa de los malos augurios, en los que a decir de las sabias ancianas del pueblo,
" cualquier mujer que no era poseída a los 15 años, quedaba inservible para futuros menesteres que no fueran ser puta o santa".
La noche en que las constelaciones se volvieron locas, Candelaria llegó a su casa con el calzón enroscado en su entrepierna mas de lo habitual; distinto a otras ocasiones, no bastó desnudarse y sacar el fuego del algodón de su sexo, el hormigueo y el palpitar se aproximaba al menor roce de sus respiros.
Después de rezar tres padres nuestros y persinarse de dos en dos, recorrió su cuerpo desde el cuello, tres veces de ida y vuelta hasta llegar a su ombligo...la sensación se parecía a morder un durazno dulce y jugoso.
Se quedó dormida con los senos endurecidos, con los pezones en las manos y el sexo despejado.
7 madrugadas fue a misa, escuchó el sermón y se confesó de pecados inexistentes, cumplió la penitencia 3 veces diarias y siguió disfrutando del calzón perdido en el zurco de sus disturbios y el sabor a durazno en su boca.
Cada noche, encontró un nuevo respingo, cada noche descubrió un nuevo mordisco en el cuerpo, cada noche, Candelaria se volvía puta;
dejaba de ser santa y se dormía mujer.

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