sábado, febrero 11

Inés

Imágen: Luis Royo.

Inés...

Cuando su madre murió Inés apenas tenía la edad en que lo único que queda de los recuerdos son aromas y sensaciones, de ella, solo le había quedado la sensación de un calor insustituible y las caricias que le daba cuando le permitían cruzar el oscuro umbral en que su madre permanecía apenas con los ojos lánguidos y las manos empuñadas...
La ultima vez que burló la vigilancia de la servidumbre para entrar adonde su madre se consumía, se metió entre sus brazos y apenas si logró comprender lo que entre silbidos y resoplos su madre le decía...
- Has de vivir en plenitud de sueños...-
- si-
- Has de aprender a cuidarte de los hom....-
- si-
- Has de ser... f-e-l-i-z-......-
- si- Dijo Inés acurrucándose en aquel pecho raquítico que le silbaba moribundo...
Se quedó dormida en aquel lecho infestado de olor a sulfas y metales, mientras los brazos sin fuerza de su madre la apretaban contra sí con un aguerrido adiós eterno... Despertó entre los llantos fingidos y la revuelta de un duelo próximo y necesario, la arrancaron de aquellos brazos y de aquel aroma que le había dado apenas un calor obligado, hubo que dar tirones y aspavientos, pues los brazos de su madre se habían endurecido en torno a aquel cuerpecito; la vistieron con ropas de lana y terciopelo, le aconsejaron no molestar a su padre en los momentos venideros y la colocaron al lado de Martina, la que sería desde entonces su institutriz y la cual cuidó de no soltar su mano aún a pesar del entumido miedo de lo incomprensible.

Inés creció, pero nunca dejó de preguntarse por que la habitación de su madre, había sido desmantelada por completo, " una epidemia del demonio" decían, había atrapado el cuerpo de Felicitas, y de la cual, diariamente rogaban a los cielos no le fuera a pegar a Inés en una de esas noches de Satán...

Y cada luna redonda, Inés sentía estremecer su cuerpo y fluirle por los lagrimales híbridos de un aroma a sulfas y metal, que la llevaban a sacudir sus piernas flexionadas y a dormirse con las manos en un puño.... para despertar y convertirse en aquella Inés que sonreía como los mismísimos ángeles...

Una mañana de invierno con sol, Inés acudió al llamado de la puerta, cercana y ágil abrió el pórtico de maderos añejos y se encontró con aquel hombre de mirada verde sepia y caireles azabaches y dorados, el cual al ver la inocencia hechizada de aquella febril mujer quedó mudo de los labios y parlanchín de los instintos.... le entregó un sobre amarillo antiguo y sin palabra alguna dio media vuelta para dejar una estela con aroma a sulfas y metal que a Inés la llevaron a flexionar las piernas, dejar salir los fluidos de sus lagrimales y quedarse con los puños apretados en pleno filo de la puerta y a expensas de los ojos que se arrodillaban de miedo y augurios...

Martina cubrió a Inés con un lienzo blanco y almidonado, trató de ocultar con su cuerpo debilucho el voluptuoso cuerpo de Inés que se contraía y resplandecía....

" Tiene la epidemia del Demonio" dijeron todos al verle regresar los ojos a su orbita y el cuerpo empequeñecerle, mientras el cabello se le revoloteaba entre ráfagas de humedad y de su cuerpo se despedía un fétido aroma a delicias....

Inés guardó una cuarentena vigilada por Martina y un ejercito de ángeles vestidos de guerreros, Durmió gracias a las infusiones de valeriana y menta. Y dejó que el tiempo redondeara con filo aquellos placeres entumidos.

Ya restablecida y con un semblante nocturno, retomó su tiempo entre linos e hilazas y dejó hervir aquel infierno que le quemaba los muslos... frecuentemente había que levantarla del piso, reacomodarle las ropas y desempuñarle las manos, para tallarle el cuerpo con granos de sal y esporas del mar mudo, peinarle las pestañas con cerdas de alambre y alimentarla con hierbas que la dormían por días...
- hay que procurar que no le crezcan más los senos, que tome albaca- decía la monja puta..
- hay que evitar que sus caderas ondulen cuando camina, que tome pachuli- decía la coja del monte
- Hay que cegarle los instintos, que tome Sauco- decía la cocinera de la vida alegre
- Hay que mutilarle las bondades, que tome enebro- decía la frígida generosa

Y así, Inés, bebía los néctares sagrados para librarse de aquella epidemia de la cual su madre, habría padecido hasta morir, sin embargo, el Demonio la había tomado de rehén, cuanto mas bebía, mas frecuentes fueron las contracciones, siempre había a su paso un hombre, con sotana, sin sotana, con sombrero, sin sombrero, con ojos y sin ojos, con sonrisa y sin sonrisa, con caireles y sin caireles, que al verla quedara mudo de los labios, parlanchín de los instintos y al dar la vuelta, despidiera una estela de sulfas y metal que hacían que Inés, en pleno sermón de misa, en pleno paseo por el kiosco, en plena calle de sus días, en plena quietud celestial, la hiciera flexionar y sacudir las piernas, empuñar las manos y despedir un fétido aroma a delicia....

Cieloazzul

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