lunes, octubre 1

Yolanda...


Yolanda tenía la dulzura de los atardeceres bisiestos, la voz de canario herido y los ojos del color del mar muerto, sonreía y toda ella quedaba convertida en un festín de antojos indecentes que hasta al mismo diablo conmovía, tenía para los casos de urgencia un repertorio sagrado de decretos que habría de tejer en las noches de soledades agrias para no sentirse más invadida que un sol eclipsado por tormentas…

Yolanda creció como crecen las flores silvestres, sin gobierno ni feudales, sin demora y con arrojo… con sus decretos de sentencia y sus dotes de despilfarro…
No fue hasta que cumplió más de 30 años que hubo de experimentar toda suerte de transformaciones amargas, sentencias mudas que la arropaban sin piedad y deseos mundanos que la condenaban irremediablemente a una vida repleta de excusas y escondites…

Las noches entonces comenzaron a ser de día y los días oscuros con una luna flaca y sin color, las tardes no existían como tampoco los retozos vespertinos que habrían de anunciar lo prohibido por carecer de permiso.
Y Yolanda se hacía presa de sus prohibiciones, gota de sus deseos y silencio de sus reclamos.

La vida de casada le sentaba bien a pesar de que los años compartidos se habían convertido en un cuadro al óleo con matices tristes, un estribillo desentonado en las noches de roces mansos y uno que otro beso despistado para celebraciones alternadas. Así se le iba la vida, repartida en dos vidas que la terminarían partiendo por mitad.

Y es que Yolanda mucho antes de saberlo, amó intensamente hasta la locura, hasta perder conciencia de lo habido y olvidado, hasta perderse entre besos inventados y palabras secuestradas, hasta el desvarío…
Fue justo en uno de esos años bisiestos que Yolanda encontró la fractura de su identidad, justo cuando volvía de sus tareas cotidianas sumergida en uno de esos ataques de búsqueda atrincherada cuando al subir al autobús se topó con el hombre que habría de voltearle los demonios y los ojos.

La excusa la dio el calor que se agolpa en los sitios abarrotados de emociones, el ambiente empañado de tantas urgencias agotadas y una sonrisa limpia y solitaria que la encontró justo cuando Yolanda sorteaba de antojo en antojo su trayecto.
Fue inmediato el temblor que la sacudió de lado a lado así como inmediata la sonrisa que se le quedó pegada en el medio de las piernas de la emoción estrenada, Yolanda por primera vez, experimentaba un amor a primera vista y una aventura para morirse cada día de arrepentido amor.

No fue fácil la vida de Yolanda a partir de entonces, como tampoco fue fácil recorrer los trayectos pronunciando los te quiero con los ojos, más difícil fue inventarse nombres cojos para no confundir las manzanas con los besos y la sopa con el sexo.

Todo habría seguido siendo caricia desentonada de no ser por que el amor se le trepó hasta la cabeza y comenzó a tener pesadillas y hablar al revés. Confundía los sies con los noes y lo prohibido con lo permitido, con facilidad pasaba de la risa al llanto y de tener hambre a inanición…
A veces andaba desnuda y se miraba al espejo tratando de planchar las arrugas de una seda inexistente, otras salía al mercado con un pijama descolorido y contoneándose como si en una pasarela danzara… Yolanda se olvidaba de si misma y se pronunciaba en aquel amor que sólo en los trayectos del autobús le pertenecía y en el otro que la despertaba con obligadas querencias cotidianas. Loca enloquecida transitaba por la vida con todo y sus decretos, loca y sentenciada se consumía en aquella vida que la repartía. Loca y disfrazada se confundía con ella misma y sus amores desvariados.

Amaba a su marido como se ama el recuerdo de la primera sonrisa, pero amaba también a ese hombre del autobús sin nombre como se ama al futuro que se dibuja de presentes.

Decidió entonces quedarse loca con sus dos vidas, amando los ojos de aquel en las manos de éste, besando la boca de éste pensando en el sexo de aquel, llamando al primero con besos y al segundo también, entregándose a su suerte con decretos y demonios de dos en dos, desnudándose en las noches de aquellos ojos sonrientes de amor inventado para vestirse de un cuerpo que se le enroscaba añejo en cada embestida de su otro amor.

Yolanda loca despierta,
decreta y sentencia sin razón,
Yolanda tiene dos vidas,
Y en las dos, sufre de amor.
cieloazzul.
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