
Decían, que cuando pequeña, ella tenía los ojos de querubín, que con los años aprendió a perderse en aquellos recuerdos infantiles que desembocaban en frenéticos riachuelos de sal y espuma…
Tenía un mundo inventado para soñar y un mundo prestado para vivir, y en ambos iba sorbiendo en dosis pequeñísimas alientos de esperanza para no rendirse en las batallas traicioneras…
De su nombre colgaban centelleantes luceros que la iluminaban y de su apellido una estirpe de sangre de todos colores, de ahí, que a veces su cabello era tan dorado que se confundía con el brillo de las noches azabaches, de ahí, que de sus ojos de querubín se apreciara una corona de diamantes escurriéndosele por el flequillo de la niña de sus ojos, de ahí, que de su boca se podía escuchar una sentencia griega, una maldición gitana o una poesía caribeña.
Daba igual, a ella, le brillaba el mundo hasta cegarla y le lloraba el cielo hasta empaparla.
Hasta que el tiempo se le revolvió con los segundos y los segundos con los años y la edad se le multiplicaba en restas y el amor se le trastocó que se encontró dormida con los ojos abiertos, el sueño vestido de fiesta y el deseo dispuesto a un reto.
No hubo evidencia escrita de la ocasión en que ella se dejó arrebatar la purísima imagen que de su espejo matutino se llevaba de ella misma, tampoco decreto diocesano del momento exacto en que ella dejó de ser virtuosa para el resto de los mortales, ella sabía que el secreto que guardaba bajo la almohada que conservaba desde niña estaba a punto de vomitarle sentencias y cobrarle los silencios arrugados por tantas lagrimas crepitantes. Fue hasta que en la soledad que prestan los días feriados se descubrió distraída, comenzó a confundir el rosa con el verde, el azul con el morado y el ayer con el mañana, fue hasta que de tanto guardar sus secretos olvidó donde los había guardado, fue que entonces no sabía si iba o venía, si llegaba o partía, si era su entierro o su nacimiento, si era beso o era herida, si era feliz o ni eso.
Tenía un mundo inventado para soñar y un mundo prestado para vivir, y en ambos iba sorbiendo en dosis pequeñísimas alientos de esperanza para no rendirse en las batallas traicioneras…
De su nombre colgaban centelleantes luceros que la iluminaban y de su apellido una estirpe de sangre de todos colores, de ahí, que a veces su cabello era tan dorado que se confundía con el brillo de las noches azabaches, de ahí, que de sus ojos de querubín se apreciara una corona de diamantes escurriéndosele por el flequillo de la niña de sus ojos, de ahí, que de su boca se podía escuchar una sentencia griega, una maldición gitana o una poesía caribeña.
Daba igual, a ella, le brillaba el mundo hasta cegarla y le lloraba el cielo hasta empaparla.
Hasta que el tiempo se le revolvió con los segundos y los segundos con los años y la edad se le multiplicaba en restas y el amor se le trastocó que se encontró dormida con los ojos abiertos, el sueño vestido de fiesta y el deseo dispuesto a un reto.
No hubo evidencia escrita de la ocasión en que ella se dejó arrebatar la purísima imagen que de su espejo matutino se llevaba de ella misma, tampoco decreto diocesano del momento exacto en que ella dejó de ser virtuosa para el resto de los mortales, ella sabía que el secreto que guardaba bajo la almohada que conservaba desde niña estaba a punto de vomitarle sentencias y cobrarle los silencios arrugados por tantas lagrimas crepitantes. Fue hasta que en la soledad que prestan los días feriados se descubrió distraída, comenzó a confundir el rosa con el verde, el azul con el morado y el ayer con el mañana, fue hasta que de tanto guardar sus secretos olvidó donde los había guardado, fue que entonces no sabía si iba o venía, si llegaba o partía, si era su entierro o su nacimiento, si era beso o era herida, si era feliz o ni eso.
El caso es que de tanto martirio revuelto decidió hipnotizarse con el trino de un jilguero bohemio, encender una pequeña grabadora para atrapar los recuerdos y cerrar los ojos dispuesta a cruzar el laberinto de los olvidos con el único escudo de su vehemencia agotada.
Hubo toda una serie de acontecimientos que la llevaron justo a los instantes arrinconados, en los que pasó del llanto a la risa galopante, momentos en que los suspiros la ahogaron y el frío la estremeció, momentos en que se miró resbalar de la cima de aventuras clandestinas y se encontró jadeante ante el olvido más olvidado.
Fue entonces que descubrió mundos secretos que había moldeado con plastilinas de sus cotidianos, fue entonces que encontró lápices de colores brillantes con los que logró recuperar un poco de la memoria olvidada, fue que recordó el abecedario labrado de carne y sangre junto con la lengua fértil que sirvió para borrar los errores imperdonables, fue que recordó entre partículas matemáticas la ecuación perfecta para recuperar aquellos secretos ahogados en la almohada confidente.
Fue entonces que descubrió mundos secretos que había moldeado con plastilinas de sus cotidianos, fue entonces que encontró lápices de colores brillantes con los que logró recuperar un poco de la memoria olvidada, fue que recordó el abecedario labrado de carne y sangre junto con la lengua fértil que sirvió para borrar los errores imperdonables, fue que recordó entre partículas matemáticas la ecuación perfecta para recuperar aquellos secretos ahogados en la almohada confidente.
Como relámpagos cantarines, llovieron sucesos que se hilvanaron con los olvidos, entonces, una vez recordados se diluían entre los adioses contentos, y entre tanta elocuencia relampagueante, ella no sabía si atraparlos entre las manos o patearlos por la nuca.
Se detuvo absorta entre los paisajes con aroma a vida, se reconoció entonces con los ojos extraviados con líneas extranjeras, sentimientos apareados, promesas disfrazadas y un cielo sin colores….
Despertó decidida a no depender nunca jamás del reloj que le apretaba el pulso, se reconcilió en cambio con su reloj biológico con quien firmó un contrato de respeto indecente, atemporal y sin caducidad de eventos, se dispuso a colorear su memoria vagabunda con un azzul que la vistiera eternamente, sonrió consagrada a la sentencia autoproclamada y espolvoreó su cieloazzul con los secretos para contar que hoy la sostienen y la rescatan del dragón que ruge en sus noches desoladas. Aprendió a sonreír para si misma sabiendo que del otro lado del aire siempre habría una sonrisa de reflejo, aprendió que los olvidos son para recordarlos, aprendió que la vida misma se nutre de la esencia compartida y de los milagros que respiran con nombre de gratitud y amor, aprendió que las lagrimas en compañía son menos amargas y que la alegría de encontrar mundos con sonrisas no son como los terrores nocturnos, esos mundos, nunca se olvidan.
Feliz primer aniversario
cieloazzul
y Secretos para contar.
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