Para Consuelo el amor se disfrazaba de noche y día, no había en el horario terrenal una hora precisa para dejarse invadir por los deseos puritanos que siempre terminan en obscenas manifestaciones escandalosas, para ella, el mismo placer que le daba rascarse la punta de la nariz entre segundo y segundo se lo daba el frotar sus piernas una con otra mientras viajaba en el autobús repleto de olores…
Toda ella era un suceso de desenfreno, hablaba con los ojos, miraba con la boca, escuchaba con la entrepierna y se entregaba con los oídos, así y sin el menor recato, Consuelo se repartía entre cuadra y cuadra a merced de sus antojos…
No había catálogo de caricias mejor cotizado que el que ella ofrecía gratuitamente a cualquier cristiano y hereje, ella; por el simple hecho de sentir sus placeres era capaz de volverse tormenta y sosiego, confidente y verdugo, sentencia y perdón.
Y se repartía en milésimas partículas que se le desprendían cada día que había que gastarse las ganas, se borraba un pedacito de ella misma cada ocasión que sus caricias se restaban de su piel para sumarse a las de aquellos pellejos de ganas que se le frotaban por su templada carne…
Consuelo habitaba en cada barra de cantina solitaria, en cada sábana de lecho clandestino, en aquel lamento del jazz de madrugada, en la espuma de la cerveza tibia de tanta espera, en las lagrimas del muerto e incluso se le veía rubia y despampanante en los altares con santos, Consuelo siempre estaba oportunamente en cada deseo y en cada pecado con su vértigo cortesano y su liguero de puta.
Todos los atardeceres le pertenecían, todas las madrugadas tenían su nombre y cada funeral de un vivo se presentaba de negro sensual para repartir deseos desenfrenados y hormigueos en las extremidades, solo por ser ella, Consuelo.
Pero la sentencia de su bautizo le cobraba cada día un deseo nuevo, no bastaba ser ella compañera de cada desasosiego, para ella no había más de lo que ella misma era, por más que se abrazara con fuerzas, por mas que se besara a través de los reflejos de su vitrina carcelaria, ella era para todos pero nunca para ella misma…
Y así se le fue borrando la vida, se fue desmoronando de beso en beso, de caricia en caricia, de orgasmo en orgasmo, hasta quedarse sin ella misma, sin sus ojos que hablaban, sin su boca que miraba, sin su entrepierna comprensiva y sus oídos prostitutos...
Toda ella se quedo sin nombre, sin deseos que saciar, sin pecado que perdonar…
Hasta que un buen día que no quedó más nadie que necesitara de su perfume y cercanía se envolvió entre hilazas, se hilvanó en puntadas largas, se confeccionó un ataúd repleto de flores y se murió de muerte…
Para re-encontrarse….
Toda ella era un suceso de desenfreno, hablaba con los ojos, miraba con la boca, escuchaba con la entrepierna y se entregaba con los oídos, así y sin el menor recato, Consuelo se repartía entre cuadra y cuadra a merced de sus antojos…
No había catálogo de caricias mejor cotizado que el que ella ofrecía gratuitamente a cualquier cristiano y hereje, ella; por el simple hecho de sentir sus placeres era capaz de volverse tormenta y sosiego, confidente y verdugo, sentencia y perdón.
Y se repartía en milésimas partículas que se le desprendían cada día que había que gastarse las ganas, se borraba un pedacito de ella misma cada ocasión que sus caricias se restaban de su piel para sumarse a las de aquellos pellejos de ganas que se le frotaban por su templada carne…
Consuelo habitaba en cada barra de cantina solitaria, en cada sábana de lecho clandestino, en aquel lamento del jazz de madrugada, en la espuma de la cerveza tibia de tanta espera, en las lagrimas del muerto e incluso se le veía rubia y despampanante en los altares con santos, Consuelo siempre estaba oportunamente en cada deseo y en cada pecado con su vértigo cortesano y su liguero de puta.
Todos los atardeceres le pertenecían, todas las madrugadas tenían su nombre y cada funeral de un vivo se presentaba de negro sensual para repartir deseos desenfrenados y hormigueos en las extremidades, solo por ser ella, Consuelo.
Pero la sentencia de su bautizo le cobraba cada día un deseo nuevo, no bastaba ser ella compañera de cada desasosiego, para ella no había más de lo que ella misma era, por más que se abrazara con fuerzas, por mas que se besara a través de los reflejos de su vitrina carcelaria, ella era para todos pero nunca para ella misma…
Y así se le fue borrando la vida, se fue desmoronando de beso en beso, de caricia en caricia, de orgasmo en orgasmo, hasta quedarse sin ella misma, sin sus ojos que hablaban, sin su boca que miraba, sin su entrepierna comprensiva y sus oídos prostitutos...
Toda ella se quedo sin nombre, sin deseos que saciar, sin pecado que perdonar…
Hasta que un buen día que no quedó más nadie que necesitara de su perfume y cercanía se envolvió entre hilazas, se hilvanó en puntadas largas, se confeccionó un ataúd repleto de flores y se murió de muerte…
Para re-encontrarse….
cieloazzul
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