domingo, diciembre 24

Romina


Ya había pasado la Noche Buena,
los regalos, los abrazos y los mordiscos traperos
de los que nunca faltan en las reuniones de familia.


ROMINA...
La Tía Romina, como una buena solterona sin remilgos,
había estrenado un traje del color de sus postergaciones,
tan gris como una tarde sin sol y tan negro como la oscuridad que recuerda a ojos cerrados.
Debajo de la lana opaca no llevaba mas accesorio que el deseo robado 38 navidades atrás, cuando Ríspido Morán, forastero de paso le había despertado la víspera navideña entre castañas y piñones...
Nadie lo supo, excepto la santísima Virgen del pórtico que había fingido muerte terrenal momentánea durante el asalto de inocencia, como un signo de complicidad divina.
Las navidades significaban un revoltijo de recuerdos secretos, nunca pedía deseos, ni los añoraba...
hacía mucho que para ella la ocasión no ameritaba mas que la tradición de una historia de estrella y portalito con personajes que repartían esperanza y amor. No permitía que se le diera regalo alguno ni sermones de buenos deseos...
Para la tía Romina la ilusión de esperar un deseo se había perdido junto con la estrella de los cinco picos que una sola Navidad en su vida miró a escasos 5 centímetros y la sintió picarle un ojo en la tercera embestida.
-Habiendo pasado la noche buena, los deseos no cumplidos quedan esparcidos en la noche, bailando danzas de olvidos...ahora ya es Navidad....- nos decía mientras caminaba hacia su habitación, dando por cumplida su participación en tan ineludible celebración.
Pero esa misma noche, de su ya navidad, la tía se miró al espejo con una víspera estancada, con una nostalgia que se revelaba a dormir y un sofoco que le producía agruras y flatulencias, intentó remedios con una pizca de carbonato en la punta de la lengua, tres gotas de limón dulce, dos sorbos de leche tibia y media cucharadita de linaza en granos, pero nada, el revoltijo la tenía con la garganta hirviendo y la entrepierna indigestada...
Hurgó entre las hierbas hinojo y anís; se preparó una infusión para casos de emergencia, volvió a su habitación con el remedio en una mano y en la otra un candelabro que le alumbraba los tropiezos, justo al cerrar la puerta de su habitación para aplicarse las compresas, vio una sombra que se dibujaba en su pared.
- ¡Santas animas del purgatorio!, ¿quien eres?- dijo soltando un grito ahogado.
- No grites! No grites!!- Dijo aquella voz que de tanto apretar los dientes apenas si parecía de un vivo.
- Ave María purísima, pero quien eres!- volvió a decir la Tía Romina estirando el candelabro y preparándose para morir degollada...
- Ríspido... Ríspido Morán... me recuerdas?- Dijo entonces la voz fantasma
- Hijo de tu madre!, con que derecho te metes en mi casa, en mi habitación , en mi No navidad y de paso casi me matas de un susto?...largo! ahora vienes 40 años después? - dijo la Tía a punto de romper en gritos....
- 38 que no le aumentes, 38 y pido perdón por no avisar mi visita pero apenas me soltaron, justamente por ser navidad-
- Te soltaron los demonios mal nacido, largo de mi casa que si no te largas ahora mismo te voy a dar tu navidad ...-
apenas dijo la tía para caminar en dirección a la sombra parlante...
- Me apresaron los de izquierda, la misma noche de la navidad que fuiste mía y no pude avisarte nada, apenas si sobreviví sepa Dios donde y esta mañana me soltaron, así que aquí me tienes, como aquella navidad si mas que mi estrella de cinco picos y mi hambre de tenerte...-
- No tienes perdón alguno, Ríspido, no lo tienes....-
Dijo la tía mojando un paño de infusión de anís y colocándoselo en la entrepierna...
- No vengo por perdón alguno Romina, vengo por pagar mi deuda contigo, que de cargarla en vilo me ha dejado la espalda en añicos...-
- Tu no me debes nada, ni yo te debo un palmo, Ríspido, la navidad no existe, ni existe la estrella de cinco picos, ni tus promesas forasteras,...yo no tengo mas navidad que la que te llevaste cuando te fuiste...asi que vuelvete a tu muerte y dejame en paz-
- A eso he venido, tonta, a devolverte tu navidad, a devolverte el deseo que me diste y que me cargué cuando me llevaron... a traerte la estrella de los cinco picos para que te adornes la frente.. y también a....-
- No quiero de ti nada, largo!, he dicho que no quiero nada...que ya la navidad pasó y ahora ya estoy vieja para calmar tus hambres... largo..-
dijo la tía cambiando la compresa para ponérsela en el pecho...y secarse las lagrimas..
La sombra caminó por el filo de las paredes hasta perderse en la oscuridad que la vela consumía, se dejó rozar por las ansias de la tía que temblaba de la gastritis y las flatulencias agolpadas, se dejó sentir por las ansias postergadas y con magistral astucia paseó por aquel cuerpo que se permitió recorrer como quien recibe a un habitante eterno...cual remedio milagroso, ungió el cuerpo tibio y consagrado de la Tía Romina y se evaporó a la tercera embestida, justo al tiempo de picarle el ojo derecho e hincarle un diente en el pezón contrario...
Dejándola sumida en un placentero sueño sanador...
A la mañana siguiente, justo del 25 de diciembre, la Tia Romina despertó al tercer canto del gallo morocho, se enfundó en un traje color malva y nos recibió en su tradicional recalentado con un abrazo con aroma a anís e hinojo y un cuento de Navidad extraño, como sobremesa.
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viernes, diciembre 8

Matiana...

Botero

Matiana era redonda por todos lados, tenía un mundo de carnes cubriendo su esqueleto y una cabellera ensortijada enmarcando su rostro solar.

Pasaba largas horas sentada en el pórtico de su casa acompañada únicamente de una veintena de jaulas con canarios amarillos, un telar que siempre estaba en la misma línea y un montón de recuerdos que se comía en silencio, mientras hacía que tejía, hacía que miraba, hacía que vivía, pero a Matiana se le había ido la vida comiéndosela a puños, dejándose en el vientre los recuerdos sin digerir y dejando el postre para el ultimo día de su vida.

Para cada día, Matiana tenía un bocadillo que masticar y en el silencio de las tardes que eran sólo de ella, se hartaba de probar por pedacitos cada recuerdo vivido hasta encontrar el que mejor se acoplara a su ánimo, entonces, se llenaba de gula, se acomodaba el telar sobre el vientre y se abandonaba absorta a degustar sus manjares…

Rómulo Pizarro, le había escrito una vida entera, siendo ella ya redonda, le había dedicado su monumental figura para deleite de sus antojos, así que, siempre en cada bocado estaba él escondidito, con su bigote fantoche, mirándola desde el infierno y sonriéndole con caprichos.

También tenía de bocado a Sócrates Peña, que por tener nombre de artista se sentía de alcurnia, pero no, Matiana sabía que lo único que él hacía con arte, era desabrocharle las ropas sin rozarle las carnes, para después sembrarle palabras cursis por toda ella hasta quedarse dormido sin consumar poesía alguna, por lo que a Matiana se le desparramaban las risas y a Sócrates le fallecía el apellido.
De tarde en tarde recurría a Silvano Barrientos, que de dos bocados se lo devoraba en un acto de soberbia y vergüenza, por que a Silvano las manos grandes no le servían de nada más que no fuera soplarse los calores y las ganas, mientras que del resto del cuerpo apenas si había un resoplo de lo que se le llama sexo.

Para los domingos estaba Diógenes Vera, por el que Matiana dejó de apagar las luces cuando se desnudaba y con quien aprendió que la lengua no sólo sirve para el helado de limón, con él aprendió también a amarse redonda y a darse entera sin pudor prestado.

Pocas veces probaba los recuerdos de Erasmo Roca, y es que con él la vida se le fue en dos días, suficientes para sentirse nacer uno para el otro y morir uno encima del otro con un adiós solemne y un gracias, que la hizo sentir la puta mejor pagada de sus tiempos redondos, sin embargo, siempre supo que el descuido de Erasmo de dejar el bombín de fieltro sobre el sofá, era una herencia que había de valuarse en los tiempos de hambre.

Y así, Matiana pasaba de tarde en tarde dejándose crecer las carnes con tanto recuerdo, a veces llorando un poco para tragar bocado y otras con sonrisa larga para disimular hastío, lo cierto es que cuando sentía urgencia por algo dulce, se repetía a si misma que no era momento para abandonarse a la muerte y cambiaba de antojo para alargarse redonda.

Fue una tarde con olor a jengibre que Matiana supo que sería la última, se sentó en su mecedora de mimbre a hilar en su telar de siempre y recurrió a sus redondas ansias mientras rezaba maldiciones, masticó despacio los aperitivos calientes y guardó el postre para su redonda muerte.

- Pero si una puta tarde como esta he de morirme redonda, con las carnes desparramadas como los amores probados, tú, Rómulo Pizarro que te he guardado hasta éste día, dónde es que dejaste escondido el aceite que me ponías, por el que resbalaba tu carne por donde la mía y después te hundías, para perderte en mis acogidas,¿Dónde es que el jengibre me ponías?, que de ardores y risas la noche nos consumía, ¿dónde es que estás hijo de tu madre ahora sin vida?, que no me quiero morir, sin antes volver a envolver tu risa con la carne mía y a sentir tu aliento, donde el jengibre ardía.-

Un solo suspiro Matiana tuvo para cerrar los ojos, tragándose los recuerdos todos al mismo tiempo, golosa de su postre por el que esperó un pedazo de vida, se relamió satisfecha hasta quedar redonda sobre si misma. Dicen los que la vieron ese ultimo día que Matiana tenía el semblante de niña, el vientre desinflado y una sonrisa inmensamente
redonda, como su vida.
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