sábado, septiembre 1

Mónica...


Mónica nació con sentencias gloriosas, con un cuerpo poseído por demonios angelicales y un catálogo de palabras extranjeras que le llenaban el pecho de antojos ancestrales…

Y allá iba ella por sus andares despotricando encantos que habrían de ir condenando al nuevo pueblo que estrenaría su infierno.

No fue difícil acomodar por colonias a cada nuevo conquistado, había de todo para formar a su nuevo gremio, y sin recato alguno, Mónica daba a cada nuevo habitante un condominio recién amueblado para su futura vida muerta.

Estaban en el Sur, los amantes recatados, los que vestían de mustios y se lavaban las manos antes de desnudarse, pedían permiso para embestirla y una vez poseídos por su encanto, se volvían demonios pequeñitos, con espasmos de arrepentimiento y convulsiones de excusas, eso si, amantes apenas vigorosos y con aroma a desidia.

Los del Norte eran menos risueños, usaban gafas de intelectuales y generalmente traían un libro bajo el pantalón, fumaban puro con olor a vainilla y usaban zapatos gastados de inventos. Amantes quietos y didácticos, con tiza de yeso y mapamundi caduco, repletos de complejos y manuales de cortejo, con apenas las ganas de estirar el cuerpo y sin mucho dulce para empalagar el cuerpo, esos, amantes proverbios, morían largamente entre lamentos.

Para el Este había que poblar la fiesta, aquellos amantes que se antojan siempre, que saben de tantra, de cuentos eróticos, de Dioses exiliados y se despachan las artes de amar en secreto, esos amantes perfectos, que regalan flores y escriben versos, que son caricia en el sexo y se prolongan en besos, que te embisten sin quitar las ropas y arrinconan el cuerpo en pasadizos secretos.
Que huelen a lavanda y dejan rastro perfumado, amantes escasos, sin nombre ni tiempo, que hacen del sexo pecado contento, que por ser tan pocos con tres, Mónica poblaría su infierno.

Para el Oeste tenía que estar el verdadero tiento, el pecado indecente, el secreto funesto, el habitante eterno, el intruso suculento, un solo habitante tendría que poblarle entero, no faltaría más, con un hombre de esos, Mónica tendría un infierno perfecto, buscó, buscó entre los miles de amantes con ojos certeros, encontró de todo pero ninguno completo, al que no le faltaba el beso, le sobraba el rabo contento, al que le sobraba el euro y le faltaba el imperio, al que le rebosaba el verso y se le enredaba el cerebro, el que acariciaba soberbio y se le moría el cuerpo en el primer intento, el que pensaba que la corbata sólo servía para adornarle el supuesto y el que la cama le parecía un tentador reposo para después del gesto.

Mónica se desvaneció en su intento, su infierno no podría estar completo, no habría sueño cumplido ni embrujo perfecto, decidió entonces, postergar su intento, aguardar serena al habitante perfecto, se consagraría de monja, de esposa in-satisfecha, de madre abnegada, de amiga secreta, de puta católica y hechicera perpetua.
cieloazzul.
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