miércoles, octubre 18

Carmela...


Comenzó a dormir siestas largas que se prolongaban hasta el otro día y comía cada vez que sentía hambre sin importarle el oficio familiar.
Cuando Carmela se dio cuenta que su matrimonio estaba por desmoronarse se vistió de luto y dejó de usar perfume, abandono sus tardes de café con las amigas de toda la vida y cambió sus clases de deshilado por la hora santa de cada jueves, se aprendió el rosario, el misal, todos los salmos cantados y el catálogo de penitencias primarias.

Comenzó a despedazarse los recuerdos, considerando que sería más fácil prepararse lúcida y no tragarse lo inevitable a fuerzas para sufrir igual, repasaba antes de cada siesta, los instantes mas lindos vividos en pareja.

La primera vez que se besaron a escondidas, la ocasión en que Rogelio la hizo suya por primera vez con dos dedos de su mano derecha, las tres veces que llegó a su casa sin calzones, los mordiscos en la entrepierna, los moretes en los senos, las risas largas por cualquier simpleza, el primer retraso menstrual, las noches abrazados, las lagrimas compartidas, los paseos en silencio, los ayeres completitos…

Pero cada vez que ella buscaba recuerdos de entrega ninguno le parecía suficiente como para llorarle al muerto, todas y cada una de las ocasiones íntimas habían estado llenas de pudores y arrepentimientos.

Una tarde en que la hora santa se prolongó hasta la noche, Carmela caminó despacio hasta su casa, repasando en la mente aquellos antojos dormidos que no cumpliría jamás y riéndose por primera vez de si misma por no atreverse nunca a disfrutarse mujer…

Entró al bar que siempre había estado en la misma esquina, dónde la luz tenue parecía una invitación al reposo y al abandono, el olor a humedad, a tabaco y lamentos le revolvieron el estómago y el duelo apaciguado se arremolinó en ráfagas de ironías…

Tomó la mesa que estaba junto a una pequeña barra desvencijada, tan añeja como sus postergaciones y tan olvidada como sus inercias, pidió una cerveza helada y la tomó como si de una purga se tratara, con los ojos cerrados y los dientes destemplados…

Pidió otra y le supo mejor, la disfrutó con calma y disfrutó la amarga levadura inflarle los intestinos, después, perdió la cuenta de las cervezas cuando los ojos se le ponían verdes y la boca carmesí…

Un hombre la miraba en el reflejo del ventanal salpicado de secretos, la disfrutaba en esa transformación obscena que le daba cierto aire de fatalidad y glamour, la desvistió con los ojos y le sonrío invitándole la siguiente cerveza…Carmela que entonces se comenzaba a sentir contenta, aceptó la compañía y se bebió la cerveza dejándose coquetear…

Era un hombre de maneras torpes, manos curtidas y mirada de anciano, viudo igual que el marido de Carmela, con una cama compartida a deshoras y un sexo agonizante…

Las cervezas fueron el pretexto perfecto, el ambiente la celestina oportuna, la soltura del deseo se dejó aparear con cada mirada indecente y fue la lengua de Carmela quien abrió la puerta de lo que sería su festín…

No hubo preámbulo de besos, ni caricias largas que prepararan los cuerpos, tampoco hubo música suave ni una cama lívida y limpia para reposar los arrepentimientos…Fue un baúl desvencijado repleto de polilla y los instintos natos los que detuvieron el tiempo e indultaron las excusas…

Él apenas entró al oscuro recoveco esquinado del mismo sitio, que tomó a Carmela por el pelo, le arrancó el cinto que lucía en su cabellera y le ató las manos hacia atrás mientras le respiraba la nuca, Carmela confundida por los instantes y la levadura haciéndole burbujas en la vejiga se mantuvo quieta concentrada en no orinarse.

- Y si llega alguien?- dijo Carmela intentando ser cortés.
- Abre las piernas- le respondió él apretando los dientes.
- Y si mejor después?- replico Carmela.
- Y si mejor ahora?- dijo él trabucándola en el baúl que rechinaba.

No hubo tiempo de más dialogo pues a Carmela se le atragantó el espasmo en el esfínter… Antonio en cuestión de 10 minutos la embistió por la espalda y la cabalgó hasta llenarle las entrañas… Carmela lloraba, pero no de espanto, sino de haberse orinado encima de sus zapatos de la hora santa.

Él se levanto en silencio, la ayudó a ponerse de pié y le devolvió el cordón a su cabello alisándole el cabello con la yema de los dedos, entonces fue que le beso la boca y le mordió las preguntas…

Carmela salió del lugar con las piernas temblorosas y el reflejo del orgasmo aún sacudiéndole las penitencias futuras…

Llegó a casa con un solo arrepentimiento.
No haberse quitado los zapatos.
Cieloazzul
Todos los Derechos Reservados.
Copyright © cieloazzul.